Sábados

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

16 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las aficiones de mis hijos, muy legítimas y respetables, han convertido mis sábados en algo extraño e impredecible, un tipo de ocio que jamás pude imaginar ni en el más malvado de los sueños. Cada fin de semana, impenitentemente, cargo con sus bolsas y los desplazo a partidos de fútbol por la ciudad y sus alrededores. En realidad, me he convertido en un utillero. Todo sea por el amor que les profeso. Si mi casa fuese un club de fútbol, yo sería ese empleado histórico, con años de antigüedad, a la sombra de las estrellas emergentes y que solo espera el reconocimiento el día de su jubilación con una cena y una placa. Así me vi el otro día en el campo de As Cancelas. Llegué con el coche, les abrí la puerta, cogí sus bolsas y ellos salieron vestidos, calentando piernas y brazos. Solo les hubiese faltado masticar chicle, y hacer que se concentraban escuchando música con unos grandes cascos. Todavía no hemos alcanzado esa fase, afortunadamente.

La peor pesadilla estaba aún por llegar. En la grada, iniciado el partido, padres y madres increpaban al árbitro por sus decisiones, con un comportamiento violento y chabacano, y presionaban a sus hijos en cada jugada, como si hubiese algo valioso en la victoria. Qué gran error. Nos preocupamos de que aprendan a ganar, pero no de que sepan cómo se juega, que es mucho más importante. Le envié desde la grada un mensaje a mi hermano, que vive en EE.UU., para decirle que había ido al partido de los chavales. Y esta fue su respuesta: «¿Oye, ¿tú no serás como esos padres histéricos que van al YMCA pensando que sus hijos son Michael Jordan, no?».