Elogio del autobusero

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

SANTIAGO

10 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Que la tierra se te trague allí mismo, bajo la marquesina. Volver atrás en el tiempo, a ese momento en el que decidiste que por remolonear cinco minutos más en la cama no pasaba nada. Prometerse a uno mismo no volver a pedir la segunda caña en el bar para esperar calentito, que a la intemperie esos diez minutos se hacen eternos. Levantar los brazos alto, muy alto, casi hasta rozar ese cielo gris a causa del cual te encuentras en este callejón sin salida. Y bajarlos de golpe, viendo como se va. Que el destello amarillo te ciegue los ojos mientras se aleja en dirección a tu dirección. Acercándose a donde tú querías acercarte. Pero a veces, pasa. Que lo ves pasar traqueteando por la calle en la que apuras el paso, que en esos cuatro minutos que marca la app te pones en la parada. La tecnología falla. Pero algunos autobuseros no. Son infalibles. Y te ven. Te ven por el retrovisor o por la ventanilla. Te ven en una carrera explosiva. Y por un momento tu cuerpo se transforma. Y eres Usain Bolt. Eres Marion Jones batiendo su propio récord en los cien metros lisos. Y piensas en lo bien que te vendría ahora un buen semáforo en rojo. ¿Por qué nunca está en rojo cuando uno lo necesita? Pero él, el autobusero, sabe. Sabe que hace frío. Que llegas tarde. Que estás dejándote la piel, el menisco y los alveolos pulmonares. Porque esa carrera es por tu vida. Y llega. Llega el gesto más emocionante que han tenido contigo en todo el mes. Y el señor autobusero para. Abre la puerta. Y entre resuello y resuello lo oyes: «Xa me din conta de que querías subir». Al conductor de aquel 11 de aquella noche. Gracias.