«Acababas con diez botellas de cerveza planificando el partido del sábado»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

Le sigue apasionando entrenar aunque ya no pueda hacerlo debido al trabajo

21 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegó futbolero a Santiago, con ocho años. En Ferrol sus primos vivían en el primero, tenían terraza y allí el deporte rey mandaba. Así que después de salir del cole, Miguel Gómez Otero (Ferrol, 1968) hacía una parada antes de subir al cuarto para echarse un partido. Cuando sus padres se mudaron a Compostela por cuestiones de trabajo, lo matricularon en La Salle, y el baloncesto tardó en llegar a su vida lo que un compañero en entrar en clase y decir, los que quieran jugar al baloncesto, ¡que se apunten! Dice que si llega a ser a las canicas, «me hubiese apuntado a las canicas». Pero es difícil imaginarlo hablando con tanta pasión de las pequeñas bolas de vidrio como del básket.

Era buen estudiante sin ser brillante y mal jugador. Al menos eso cuenta. Que jugó en La Salle hasta que lo echaron «y entonces dije que quería entrenar». Tenía 19 años cuando empezó con los juveniles, y unos 45 cuando no pudo más. «Me apasionaba entrenar y me sigue apasionando, pero hoy no puedo hacerlo porque el trabajo no me lo permite». El trabajo y sus hijos, claro, porque tiene tres y los tres le han salido deportistas, por lo que conciliar competiciones de fin de semana con trabajo y entrenamiento se había vuelto complicado.

Su club era La Salle. Y cuando en una ocasión fue campeón local, la Federación de Santiago le pidió que buscase a un ayudante, a ser posible de otro club, para llevar a la selección local a un torneo. En aquel momento La Salle y Peleteiro eran los principales rivales de la ciudad y Miguel tenía claro que, «si de La Salle no era, de Peleteiro tampoco». Moncho Fernández, el actual entrenador del Obradoiro, estaba empezando a entrenar en Pontepedriña «y lo lie para que se viniera conmigo a la selección». No solo congeniaron a nivel deportivo sino a nivel personal, «así que después ya me lo llevé a La Salle».

Los dos vivían el baloncesto. Después de entrenar paraban en el bar y mientras se tomaban una cerveza hablaban del entrenamiento y del próximo partido, «al final acababas bebiendo diez cervezas y con las diez planificábamos cómo íbamos a jugar el partido del sábado, hacíamos cinco del equipo que atacaba, y cinco del que defendía», recuerda. No siempre llegaban a las diez, eso sí, y en esos casos había que pedir voluntarios que les cediesen el botellín. En el bar Las Peñas, donde se reunían habitualmente, coincidían con los universitarios que vivían por la zona y con algunos transportistas, ya que hay varias plazas de transporte ligero en San Roque. Unos planificaban el entrenamiento; otros estudiaban; los terceros se daban un respiro tras el trabajo; y todos se echaban grandes partidas de tute y pocha. «Los había buenos en todos los grupos, era cuestión de suerte, pero los estudiantes hacían muchas trampas», dice. Fueron buenos años y aún los recuerdan con una cena anual de viejos clientes del Peñas. Tras mucho tiempo entrenando admite que llegó un momento en el que ya no podía comprometerse. «Mis hijos empezaron a tener actividades extraescolares y el agobio ya era insoportable», explica.

Por sus equipos pasaron cientos y cientos de compostelanos, por lo que recuerda cuando su hija mayor se quejaba al pasear con él de que le parase tanta gente para saludar. Se considera ya un compostelano de pro, en una ciudad, «que me parece perfecta».

Nombre. Miguel Gómez Otero, nació en Ferrol pero vive en Santiago desde los ocho años.

Profesión. Está al frente de Redinox en Santiago. Fue entrenador amateur durante casi 30 años.

Rincón elegido. La praciña das Penas, delante del que fue el café Las Peñas, en el que tantos partidos preparó con Moncho Fernández cuando ambos eran entrenadores en La Salle.