Estupideces monumentales

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

07 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los ataques contra el patrimonio monumental tienen un componente autodestructivo que no valoran en absoluto quienes los cometen. Es como si no fuera con ellos. Quizá por eso de vez en cuando hay episodios protagonizados por turistas, como aquel, hace unos años, de una joven extranjera que le arrancó la cabeza a una escultura al encaramarse a la fachada de la Catedral en la Puerta Santa, o este último de cinco turistas que pretendían escalar la torre sur en medio de una correría nocturna que acabó en comisaría. En Santiago, las políticas de rehabilitación del casco histórico han tenido un componente de sensibilización social sobre el cuidado del patrimonio que se ha traducido en la participación activa de los ciudadanos en la recuperación de espacios residenciales y, sobre todo, en la toma de conciencia general en torno a la necesidad de preservar el legado de los tiempos para entregárselo en las mejores condiciones a las generaciones futuras. Esta sensibilidad es de aplicación universal. No es posible que un compostelano respetuoso con las señas de identidad de su ciudad patrimonio de la humanidad escale el Neptuno de la Fontana di Trevi o pretenda llevarse polvo de mármol del pie izquierdo del David en la Galería de la Academia. Salvajadas impensables. Sin embargo, se mantienen comportamientos ajenos a esa sensibilidad, como las pintadas que de vez en cuando aparecen sobre la piedra -cada vez menos, es verdad- o el incivismo de orinar contra las paredes monumentales dejando un reguero pestilente. Es cuestión de simple decencia.