Árboles que no dejan ver la realidad

Susana Luaña CRÓNICA

SANTIAGO

18 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Un hostelero de una localidad cercana que se había hecho rico sirviendo desayunos y vermús en una cafetería de ambiente neoclásico decidió un día invertir sus beneficios en la puesta en marcha de otro local de corte vanguardista al otro lado de la carretera. Se gastó sus cuartos en un mobiliario de diseño y en cuadros de artistas más o menos afamados. Y se arruinó. Cuando dos años después lo cerró, cayó en la cuenta de que nadie quería cruzar la carretera.

La Xunta de Galicia trata de poner en valor el Monte do Gozo con el fin de sacarle la potencialidad que se le presumió en un principio y que nunca tuvo. Para ello, entre otras actuaciones, invierte 600.000 euros en la plantación de 1.200 árboles, en la mejora de los accesos y en la remodelación de las instalaciones, con el aprovechamiento del lago como piscinas para refrescarse en los meses de verano, todo ello dentro de un plan que supondrá, a la larga, un coste de 1,2 millones de euros.

También en el Gaiás se ha creado el Bosque de Galicia, una artificiosa iniciativa que pretende humanizar un entorno que, por lo visto, muy humano no era, y queda por ver si lo será. También en este caso se ha construido un mirador, se han diseñado senderos y se han plantado algo más de 7.000 árboles que cuando crezcan no dejarán ver el bosque; o mejor dicho, la realidad.

Pero la realidad está ahí. La cruda realidad es que difícilmente los árboles, los bancos y los miradores lograrán disimular que son lugares inhóspitos y poco acogedores; el segundo todavía más que el primero. Lugares pensados para atraer a la población a parajes a los que la población no quiere ir, que ya se sabe que la cabra tira al monte, pero el ser humano -en su mayoría, que de todo hay en la viña del Señor- más bien se encuentra a gusto en los valles, donde crecen las florecillas silvestres, cantan los pajaritos y la conciencia se deja arrullar por los murmullos del agua.

El Monte do Gozo y el Monte de Galicia, como sus nombres indican, son montes. Y los lugares altos suelen ser pelados y sopla el viento. El Monte do Gozo será siempre ese lugar de júbilo desde el que se divisa por vez primera la Catedral, pero luego el caminante prefiere descansar el fatigado cuerpo donde encuentra calor humano. En el caso del Gaiás... ¡qué decir que no se haya dicho! El aparcamiento vacío, la parada de taxis que da la risa, las grúas que asoman en medio de la nada y las excavadoras aparcadas en la desolación hablan por sí solos.

Como los clientes de aquel hostelero, para pasar la tarde de un domingo con sus hijos, los compostelanos preferirían un valle en lugar de un monte. A orillas del Sar, por ejemplo. Pero el Sar huele mal. No tuvo inversiones millonarias.