El «turisteo» previsible y fugaz

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

19 jul 2015 . Actualizado a las 08:40 h.

Mucho más que el lanzamiento de una programación de espectáculos que durará dos semanas y que este año va por barrios, el pregón de las fiestas del Apóstol inaugura el apogeo de una temporada turística previsible en todos sus extremos, desde la masificación de los espacios más inmediatos al epicentro catedralicio hasta los réditos cortoplacistas en la contabilidad de los negocios del sector, que verán como durante estos días, y solo estos, se cuelga el cartel de lleno en hoteles y restaurantes del casco monumental al tiempo que la actividad va aflojando hacia la periferia. Es lo previsible, lo inevitable. ¿Pero es lo deseable?

Los estrategas turísticos de Compostela no han dado todavía con la clave que permita una explotación a fondo y más rentable, al tiempo que más racional y sostenible, de un potencial como pocas ciudades en España pueden ofrecer por su patrimonio cultural y su centralidad a un paso de comarcas depositarias de una amplísima gama de opciones capaces de llenar con experiencias satisfactorias la agenda de turistas ocasionales, perseverantes o reincidentes. Sin embargo, año tras año, y van muchos ya, se repite la cantinela de la brevedad de las estancias, con un promedio que apenas alcanza las dos noches. Ni siquiera los peregrinos que han llegado recorriendo el Camino contribuyen a elevar esa exigua media, como si la fascinación de unas horas en torno a la Catedral fuese el único premio posible al culminar su aventura. ¿Es que Compostela no es capaz de ofrecerles más? Sin duda, sí. El reto es encadenar gratificantes experiencias para los visitantes en torno a la joya de la corona del principal monumento de Galicia.

Si, como dicen los expertos, el turismo es una industria del tiempo, a la capital no es que el reloj se le haya acelerado de tal forma que los visitantes abarquen la ciudad en un visto y no visto, es que Compostela no ha conseguido organizar su tiempo de manera que los turistas consigan exprimir la ciudad (y, en justa correspondencia, la ciudad sus bolsillos, que es de lo que se trata) como sus muchos atractivos merecen, al tiempo que obtienen una satisfacción plena que los convertirá en prescriptores en sus lugares de procedencia. En otra época eran los guías, antes que los turoperadores, quienes manejaban los tiempos de los visitantes, quienes les informaban de lo que era mejor para ellos (para los turistas, por supuesto) pero hoy, con Internet y los múltiples canales de información, esto ha cambiado.

Lo que no cambia es la capacidad de la ciudad para generar confianza, como demuestran todo tipo de índices elaborados a partir de opiniones de críticos profesionales y de quienes nos visitan. Hay confianza porque hay calidad. Faltan ideas para aprovechar más y mejor este imbatible poder de seducción.