El 29 de enero de 1950, las prostitutas del Pombal fueron heroínas
25 ago 2013 . Actualizado a las 11:16 h.A menudo, las cosas no salen como uno querría. Un cortocircuito en el condensador de fluzo de mi Vespa del tiempo a punto ha estado de mandarme con los dinosaurios. Después de unos chispazos y un petardeo -seguro que es la bujía de Campagnolo, el típico problema tonto- aparezco de repente en la rúa A Senra y, por un pelo, no me cepilla un autocar de la empresa Manolito.
-¡Aparta, que te como!, me grita el conductor.
«¡Desgraciado!», le respondo. Clavo los frenos y, mientras me recupero del susto, trato de ubicarme. Me echo a un lado y observo: ahí está el edificio Castromil, allí el Hotel Compostela.... Por la pinta de la gente y el diseño de los vehículos debo de estar en los años cincuenta. Pero percibo un revuelo extraño.
Saco una lona que llevo debajo del asiento y cubro la moto. Mi Vespa Sprint se fabricará en 1966. ¡La que se montaría si la ve algún entendido, como Villaverde, en el año 50!
No voy demasiado conjuntado para la época, con la levita que usé en 1916, para ir al Circo Feijoo. Para no llamar más la atención, después de caminar un rato sin rumbo, me meto en el Derby y pido un café.
-¡Americano, por favor!
Suerte que llevo dinero de varias épocas.
De repente, la vista se me va al calendario de la pared: 29 de enero de 1950. «Anda -pienso- ¿de qué me suena a mí esa fecha?». Apenas he bebido el primer sorbo, una bombilla se me enciende en el cerebro, que con tanto viaje en el tiempo se me está atrofiando: «¡29 de enero de 1950, el accidente del Iberia!». Miro el reloj: las cuatro y media de la tarde. ¡Mierda, ya ha sido!
«¡Menuda tragedia, pobre gente, tan jóvenes todos!», dice un barman de chaquetilla blanca que limpia la barra con un trapo empapado en ginebra.
-¿Perdón?
-¡Lo del Iberia! Van dos muertos de momento, quince heridos, un desastre...
-¿Pero cuándo? [me hago el loco]
-¿Cómo que cuándo? No hará ni media hora señor, ahí abajo, cerca del crucero del Gaio.
-¿El Iberia Sporting, el equipo de fútbol? ¿Qué ha pasado? Es que acabo de llegar de fuera...
-¡Pues claro que es el equipo de fútbol, no va a ser la compañía de aviación! Pues ha pasado lo que tenía que pasar. Que Manolito es muy buen rapaz, pero conduce como un loco cuando tiene prisa. Y con ese trasto de autocar, la desgracia se veía venir.
Mientras seca vasos con una gamuza roja que lleva colgada al hombro, el empleado del Derby sigue contándome un suceso que conozco bien porque he leído y he escrito de él varias veces y en varias épocas. «¡Espere! -le digo-, hará una media hora un autocar de Manolito casi me lleva por delante aquí al lado, iba rapidísimo».
-Ah, ¿era usted el de la moto? Pues lo salvó la campana. Una desgracia, amigo.
-Cuente, cuente...
Entonces, el camarero saca de sus entrañas al cronista de sucesos que todos los hosteleros llevan dentro y se entrega a la actualidad: «El Iberia tenía que jugar esta tarde en Carballo un partido de aficionados con el Bergantiños. En el coche de Manolito solo caben dieciocho pasajeros, pero dicen que metió, por lo menos, a veintiocho. Él es de apretar, y venga a apretar, y a a apretar...
-Ya, ¿Y de dónde salieron?
-De Sar. Y tarde, pasaban de las tres. Mucho tenía que pisarle para llegar a Carballo en hora con esa tartana. Porque en las cuestas abajo corre, pero no sube ni empujando. ¡Si es un coche con carrocería de madera, de los de ir a la feria! ¿Le sigo contando?
-Por favor...
-Comentan que iban tan apretados que el encargado del material, Juaniño Arcos, viajaba en el techo, con los bultos. Y por si no fueran bastantes, Manolito quiso llevar también a uno de Vimianzo que perdió el coche de línea, un tal Luciano Lafuente. Ni con calzador, señor....
-¿Pero qué ha pasado?
-Pues que después de girar a todo filispín en la Puerta Fajera, y enfilar el Pombal, al acabar el adoquín, en la pista de tierra que le llaman de Galeras, el autocar se ha estampado contra un platanal de Indias. Esos árboles tendrían que cortarlos. Pero eso no es lo más terrible...
-¿Entonces?
-Me ha contado Bescansa que aquello ha sido un infierno. Se ha incendiado el depósito de gasolina y hubieran muerto todos de no ser por intervención de las putas.
-¿Por las putas?
-Sí, sí, putas, prostitutas, meretrices, ya sabe... De las casas del Pombal han empezado a salir mujeres, algunas en paños menores, cubiertas con sacos de arpillera y mantas mojadas y han ido sacando a los pasajeros. ¡Se han jugado la vida! Hasta quince han rescatado. El que está muy mal es don Ricardo...
-¿Casal? ¿El directivo del Iberia?
-Ese mismo. Ayudó a evacuar a todos los que pudo, grave como iba. Está en el hospital, no sé si saldrá de esta. Hay muchos quemados y la mayoría tienen fracturas en los brazos y en las piernas. El que está destrozado es Lázaro, el hijo del del bar Galicia, al lado del Banco de Santander.
No le puedo contar al camarero que Ricardo Casal se convertirá en el tercer muerto en cosa de horas.
-Uno de los que espichó es Juaniño, el que iba arriba.
-No me diga más: y el otro es el tal Luciano, el de Vimianzo...
-¿Cómo lo sabe? Pues sí. Dicen que venía de encargar que le carrozaran un coche en la Estrada. Tenía 23 años. El que ha tenido suerte es Juan Santos, Chucho, solo se ha quemado un poco el pelo y la gabardina.
-¿Pero Chucho no es defensa en el Santiago? [y tanto que lo es, pero yo tengo que hacerme el despistado]
-Sí, pero el Santiago está en León, jugando contra la Cultural Leonesa, y aquí se quedaron Chucho y Zuñiga para reforzar al Iberia. Los dos viajaban en el autobús.
El Concello sigue en deuda
Mientras le doy vueltas a la cucharilla, me da por pensar en esas pobres señoras públicas [es una manera de hablar] del Pombal que se jugaron la vida para rescatar a la plantilla del Iberia Sporting y a las que nadie, en el futuro, dará ni gracias ni reconocimiento. El camarero, que está hablador y excitado por los acontecimientos, reflexiona casi a gritos:
-¡Pobres mujeres! Unas heroínas. Alguien tendría que hacerles un monumento. Si no llega a ser por ellas no se salva ni el apuntador. ¡Ni el apuntador le digo, señor! ¿Otro café?
«No espere mucho -respondo con desconfianza-, ya sabe que en esta ciudad impera, como en todas, la doble moral y, o mucho me equivoco, o como son meretrices, como usted dice, las olvidarán enseguida».
«¡Pues no deberían, carallo -se enoja el camarero- da igual si son putas o monjas. ¡Han salvado a quince personas!».
Me despido del barman aprovechando que entra gente en el local, salgo a la calle y pasa por delante de mis narices, como una bala, Pepe Alvite, maestro de cronistas, camino de la redacción de La Voz de Galicia. Tiene mucho que escribir sobre el accidente del Iberia para la Hoja del Lunes de mañana y para el periódico del martes. Y correrán ríos de tinta en los días sucesivos, como suele ocurrir siempre que hay tragedias.
Será Pepe Alvite el que narre también el entierro de los tres fallecidos en este ejercicio de periodismo sentido publicado en La Voz: «La campana tañía su bronce y el ambiente crudo de la tarde ceñía sobre el cortejo su velo gris. Detrás de los féretros, toda la juventud deportiva compostelana, para la cual ha sido un golpe muy duro este aparatoso accidente que no se recuerda en circunstancias de tal violencia».
En los meses siguientes llegarán muestras de solidaridad de todas partes, incluido un telegrama del Sevilla, que se ofrecerá a jugar un partido benéfico contra el rival que se le designe y el campo que se le indique. El Deportivo, con 5.000 pesetas, abrirá también una suscripción popular a beneficio de las víctimas del Iberia De las que, 63 años después, no se acuerda ni Dios es de las heroínas del Pombal, con quienes la ciudad de Santiago tiene todavía una deuda pendiente.
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