Ultraje al patrón de España

Nacho Mirás Fole

SANTIAGO

La aureola del Apóstol era en aquellos tiempos de miseria un objeto demasiado llamativo.
La aureola del Apóstol era en aquellos tiempos de miseria un objeto demasiado llamativo. xosé castro< / span>

El robo del Códice fue sonado, pero el de la aureola de Santiago también

26 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El robo del Códice Calixtino y su posterior recuperación en un garaje de Milladoiro ha sido, seguramente, el más sonado de cuantos se han perpetrado en la Catedral, pero ni mucho menos es el único. Hubo otros antes y los habrá después. Hoy no viajaremos al pasado en una máquina del tiempo, sino a través de las crónicas que escribieron compañeros de profesión hace más de cien años; sirva como homenaje necesario al periodismo.

Me he permitido elegir por ustedes: nos vamos al año 1905 y lo hacemos por una causa: aquel fue un año de preocupaciones para las autoridades civiles y eclesiásticas por un delito cometido unos metros por encima de los mismísimos huesos que se veneran en la Catedral: el robo de la aureola del Apóstol, ese platillo volante que le rodea la cabeza a los santos representada en la vida terrenal con joyería y piedras preciosas.

Sorpresa en el tejado

El asunto tuvo entretenida a la prensa de la época. El 1 de agosto de 1905, La Correspondencia Gallega lo contó así: «Varios canteros que se ocupaban de arreglar el tejado de la catedral de Santiago vieron a las dos de la tarde de anteayer un objeto brillante sobre las tejas, al lado del ábside. Recogido el indicado objeto, viose que era la aureola robada al Apóstol Santiago días pasados».

El tocado llevaba días en paradero desconocido. La investigación se puso en marcha pero, para ser sinceros, los detectives de la época no encontraron mucho donde rascar. Así que quedaron a merced de la casualidad o, para los más devotos, de que el Apóstol moviera ficha desde el otro mundo.

Hallado el valioso objeto de pura chiripa (vale, o por mediación divina, de acuerdo), los obreros y los funcionarios del juzgado realizaron una inspección visual completa de las cubiertas, tal como relata el periódico: «Desde el tejadillo de la Corticela, que está abajo, se veían algunas tejas rotas -anotaron-. Después veíanse huellas de pasos que conducían a las rejas, las cuales estaban forzadas». La investigación concluyó que, desde la reja, los cacos bajaron a la galería alta -no es un contrasentido, se llama así- y, desde ahí, se desprendieron por una cuerda que se encontró escondida. «Explícase que pasase inadvertida la bajada de los ladrones al altar, por haberlo efectuado entre las columnas que sostienen el tímpano que las cubre. Créese que el ladrón o ladrones pensaban volver a recoger la aureola cuando el robo se hubiese olvidado», escribió el cronista.

La aureola robada debió de quedar tocada porque, al año siguiente, se puso en marcha una cuestación para dotar al santo de una nueva siguiendo esa manía de enjoyar hasta el exceso a quien poco o nada tuvo en vida.

Durante semanas, la prensa publicó los nombres de todos y cada uno de los donantes que se rascaron el bolsillo. Es muy entrañable ver cómo los periodistas de principios del siglo XX redactaban estos acontecimientos: «Nuestro querido abogado y escribano don Ramón Santaló Villar, nos envía por segunda vez nuevos donativos de aquella comarca para la aureola del Apóstol, en una carta dirigida a nuestro director, tan cariñosa como expresiva. La primera lista que hemos publicado de Lalín, última que ha salido, era de 108 donantes y hoy también es importante. Mucho agradecemos esto al señor Santaló, cuya religiosidad tendrá imitadores en los demás puntos de la región».

El caso es que, mientras los donantes cotizaban y reservaban asiento en la sala VIP del cielo, los ladrones no perdían el tiempo. El Diario de Pontevedra del 9 de mayo de 1906 publicaba otro ultraje en la basílica que narraba así: «Hoy se ha descubierto un robo de relativa importancia en la capilla de las reliquias de esta catedral. El robo se perpetró en la noche del domingo y, hasta esta mañana que se abrieron las puertas del templo, no se ha podido conocer el hecho. A primera vista se advirtió la falta de una cruz de madera y oro, de gran valor artístico, regalo de Alfonso III. Los brazos de la cruz tienen una cuarta de largo y, en el centro, el Lignum Crucis, con piedras preciosas. Una aureola del Apóstol, de plata dorada, de ocho centímetros de diámetro, adornada también con brillantes y diamantes. Un crucifijo antiquísimo de cobre dorado, con figura de plata, adornado con llamativas esmeraldas. También robaron una imagen de la Magdalena, que mide una cuarta, de poco valor material, pero de extraordinaria riqueza artística. Se supone que los ladrones han quedado ocultos en la catedral, saliendo luego a la calle por una ventana, cuyos hierros fueron limados, que mide veinte metros de altura. Utilizaron una cuerda con nudos». En un comentario lleno de sentido común e ironía, el periodista cargaba las tintas: «Tenemos que dar gracias al Señor los que solo poseemos el ropaje porque este ni a tirones lo soltamos, por mucho que el ladrón nos amenace». Moraleja: no ostente, que hoy, como ayer, los cacos acechan. Y el cielo es gratis.

nacho.miras@lavoz.es