Los últimos churros de autor

Nacho Mirás Fole

SANTIAGO

monica ferreirós

Con el derribo de los quioscos de la Alameda se va también una época

31 mar 2013 . Actualizado a las 13:16 h.

L a suerte está echada para las dos casetas de la Alameda que, durante años, frieron los churros que se mojaban en Santiago: de la Celta y la Compostela pronto no quedará ni la sombra y, con ellas, se irán los recuerdos de gloriosas tardes en las que Valeriano García Temprano despachaba la docena a una peseta.

Valeriano, que nació en Vista Alegre, cumplirá setenta años en noviembre. Si echa la vista atrás se ve amasando y friendo churros como para tapizar varias veces la plaza del Obradoiro. Con el rostro disecado por la vida, el humo del tabaco y el calor de la freidora, muestra orgulloso unas manos que son mapas en relieve atravesados por dos cordilleras de callos. «Gastei medio millón de pesetas nunha máquina, pero non era o mesmo, así que sigo amasando a man».

Ahora es su hijo el que se levanta a las tres de la madrugada para surtir de género a los hospitales y a varios bares de Santiago: «Todos os días -cuenta- entre o Hospital Clínico, Conxo, o Gil Casares e o Psiquiátrico, consumen 2.000 churros».

Desde los diez años

Valeriano ingresó en el mundo del churro como vendedor ambulante. Tenía diez años. Entonces bastaba con ir al Ayuntamiento y pedir una licencia que, para treinta días, costaba veinte pesetas. Pero claro, la pagaba uno y con el mismo salvoconducto vendían seis, por lo que había que estar ojo al parche para que no te enganchara de las orejas un guardia municipal de Guadalupe que iba en bicicleta. «Como andaba atrás de nós chamábanlle O Churrero», recuerda.

Donde se levanta el edificio que hoy alberga el centro de interpretación de los jardines de la ciudad, hubo antes otro pequeño local de cemento, churrería también, y que era conocido por A de Tarzán. En la parte de atrás estaban las instalaciones todavía de madera de la Celta. Y enfrente, donde hoy se sitúa un cartel que tiene un perro dibujado, la primitiva Compostela.

Todo eso se adecentó en el Año Santo de 1965, con Franco de cuerpo presente, y Valeriano se puso a trabajar con la familia de su mujer. Cuando los viejos, que eran los que tenían la concesión, se retiraron, se quedó él al mando de la Celta hasta que, en 1991, el Ayuntamiento lo desahució.

Cuenta el churrero que, cuando lo echaron, el Concello tenía un proyecto que jamás se llevó a cabo: situar unos aseos públicos de mujeres en la caseta de la Celta y los de hombres en la Compostela. De esta manera se eliminarían los antiguos baños subterráneos y en su lugar se construiría un local de hostelería acorde con los tiempos, con mucho cristal. «Xa valía daquela vintecinco millóns de pesetas e non se fixo. Pero a nós botáronnos igual», recuerda.

Valeriano se emociona al ver abandonado el pequeño edificio donde tanto churro fabricó. «A ducia vendíase a unha peseta; hoxe igual che cobran dous euros e medio, pero a receita é a mesma: auga, fariña e sal, non ten máis. Hai que collerlle o punto», explica.

Dos días antes de las fiestas de la Ascensión o del Apóstol, el churrero y su familia empezaban a amasar y a apilar. «Igual facías daquela dúas sacas de fariña de oitenta quilos -cuenta- era un negocio que ía moi ben, moi sufrido, iso si». Hoy, además de surtir a los hospitales de Santiago y a varios bares, los churros de Valeriano se pueden comprar en un puesto ambulante que está situado junto a la piscina de O Milladoiro, aunque ha solicitado al Concello de Ames un cambio de ubicación que está pendiente de respuesta.

Solo en el Hospital Clínico se consumen cada día 1.500 churros de su freidora. Los otros quinientos, hasta 2.000, se los zampan entre el Gil Casares -el que menos-, el Psiquiátrico y el Hospital de Conxo. Los de Valeriano son, sin duda, los últimos churros de autor.

nacho.miras@lavoz.es

«A ducia vendíase a unha peseta, hoxe igual che cobran dous euros e medio»

Valeriano amasa a mano cada día los 2.000 churros que vende en los hospitales

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