Los emergentes pueden ser de nuevo la clave

XOSÉ CARLOS ARIAS CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. Universidade de Vigo

SANTIAGO

22 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Tan encerrados como estamos en la desolada habitación de los problemas europeos, tendemos a prestar escasa atención a las tendencias que se van desarrollando en otras partes del mundo. Sin embargo, aunque sea indudable que los principales riesgos para la economía mundial en los próximos meses -y acaso también en los próximos años- seguirán originándose en la eurozona, conviene no perder de vista lo que pueda ocurrir en el grupo de países que han proporcionado las pocas alegrías en el pasado reciente. Hablamos, claro, de las economías emergentes.

Porque es un hecho de gran importancia que, desde la explosión de la crisis financiera, esas economías hayan pasado de ser el origen de casi todos los problemas de inestabilidad internacional (como ocurría frecuentemente en el pasado) a erigirse en buena parte de la solución. Recordemos que durante la primera mitad de 2009 fueron estos países y mercados los que, más que cualquier otro factor (como los famosos planes de estímulo fiscal y monetario de los países desarrollados), permitieron evitar lo peor; y cuando hablamos de lo peor nos referimos a una profundísima depresión que por entonces muchos dieron por segura. La reacción de los BRIC, comenzando por el más importante de ellos, China, llevó a que en el verano de 2009 el comercio mundial comenzara su recuperación y, con ello, se detuviera la espiral destructiva de la economía globalizada.

Y así hemos ido tirando, mal que bien, durante un par de años, en los que las espectaculares tasas de crecimiento de los principales países emergentes han roto con la atonía productiva del mundo desarrollado, por la vía del impulso de las exportaciones. Sin embargo, son muchas las señales de que todo eso podría estar tocando a su fin. Los datos que se van conociendo sobre la evolución reciente de esas economías dejan claro que el fuerte crecimiento queda atrás; en algunas de ellas -el caso más claro sería el de Brasil- durante la segunda mitad de 2011 se han registrado ya pequeñas caídas de actividad. Y diversos organismos internacionales -el último, esta misma semana, el Banco Mundial- alertan de que esa tendencia podría ir a más a lo largo de 2012.

La desaceleración del crecimiento de los países emergentes es ya, por tanto, una evidencia. Las dudas están en cuál será su intensidad; y ahí está la clave del asunto: ¿será el aterrizaje de China e India suave y controlado, o se producirá de un modo explosivo? Algunos datos que vamos conociendo apuntan a la segunda posibilidad; si nos fijamos en el comportamiento de las bolsas, por ejemplo, veremos que han registrado fuertes retrocesos en 2011 -hasta un 26% en los cuatro países BRIC-, lo que podría interpretarse como un descuento de la contracción que viene.

El gran problema de fondo es que el éxito extraordinario de este grupo de países descansa sobre un mar de contradicciones, muchas de las cuales no sorprenden, pues son características de los procesos de crecimiento acelerado. Así, en todos ellos perviven desde hace tiempo amenazas de inflación. Las diferencias en el reparto del ingreso siguen siendo brutales en países como India o Brasil, a pesar de la apreciable expansión de las clases medias. En China, por su parte, se da la mayor contradicción de todas las posibles: un sistema económico de capitalismo salvaje controlado por un partido comunista; la aparición de protestas laborales cada vez más extendidas contra los bajísimos salarios, que han sido la clave de bóveda en el triunfo de ese modelo, llama la atención sobre su insostenibilidad para un período prolongado. Y en casi todas partes se han ido originando burbujas, sobre todo de carácter inmobiliario, que en el caso chino podrían estallar en cualquier momento.

Esos son, por tanto, factores de debilidad que ponen la carne de gallina, pues en caso de consumarse allí una desaceleración brusca, la recesión profunda y a escala global estaría servida. Pero esas economías presentan también fortalezas que permiten pensar que el aterrizaje será suave. Después de todo, mantienen posiciones largamente acreedoras en las finanzas internacionales, y tanto sus cuentas exteriores como las de sus sectores públicos parecen establemente saneadas. Si ello les permitiera pasar a tasas de crecimiento menores que las del pasado reciente, pero claramente positivas, y mantuvieran un razonable equilibrio macroeconómico, entonces prestarían un importante servicio al resto de la economía mundial. De no ser así, mejor ni pensarlo.