entre la realidad y la ficción

La Voz

SANTIAGO

César antonio molina reflexiona sobre la complejidad del sentido y el sinsentido ante la muestra «surreal versus surrealismo en el arte contemporáneo »

31 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Hace ya varios meses, aterrizando en Milán camino de la Feria del Libro de Turín, telefoneé a mi gran amigo Demetrio Paparoni. Demetrio entonces me contó la siguiente historia que lo tenía fascinado y era motivo de una de sus próximas muestras. Amy Taylor, una joven inglesa de 28 años, acababa de divorciarse porque descubrió con horror que el avatar de su esposo tenía una relación extraconyugal en Second Life, una comunidad virtual que ha construido una segunda vida en el ciberespacio. La muchacha disponía de documentación concluyente aportada por un detective que había contratado y pagado con dólares linden, la moneda virtual de Second Life. Las pruebas demostraban que su marido la traicionaba con una internauta estadounidense. Los dos adúlteros (pues la norteamericana también estaba casada) jamás se habían encontrado en la vida real. La historia me pareció borgiana, magnífica, pero en aquel momento sin más datos no entendí cómo se podía montar una exposición artística en torno a la misma. Después de un inquietante silencio me llegó un catálogo enviado desde el IVAM de Valencia donde los nombres de Paparoni y Gianni Mercurio comisarían la exposición Surreal versus surrealismo en el arte contemporáneo. Estas palabras mías se escriben después de acudir allí, velozmente, a contemplarla.

Lo que Paparoni me quería decir, a través de la historia que me narró, era la cada vez más difícil distinción entre lo real y la ficción. Hemos visto tantas películas en los cines o en la televisión en donde se narraba la destrucción de la ciudad de Nueva York, símbolo de la modernidad y del poder económico-político-cultural, que, cuando asistimos en directo a la destrucción de las Torres Gemelas, dudamos de que aquello fuese una realidad (desacostumbrada) y no una ficción más. Incluso aún ahora cuando seguimos contemplando las fotos o las imágenes de aquella catástrofe provocada nos siguen pareciendo más de ficción que de realidad. Y cuando las reconocemos como ciertas se nos asemejan a escombros arqueológicos. No asistimos a las destrucciones del pasado, pero somos igualmente contemporáneos de aquellas como las de las Torres Gemelas. Contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino su oscuridad. Y su tiempo está en el presente?futuro y en el presente?pasado, como le gustaba decir a san Agustín. Cuanto más contemporáneos de las Torres Gemelas más próximos con el origen de los cientos de civilizaciones destruidas. En ningún punto late con tanta fuerza el presente?pasado.

La poética surreal, tal cual quieren mostrar los comisarios de la muestra, se basa en el análisis social, en lo surreal, en el uso instrumental de la imagen para lanzar un mensaje. En la segunda mitad de los años setenta del pasado siglo, hubo una pugna entre el marxismo, un realismo basado en la lucha de clases, y el psicoanálisis, la presencia del inconsciente en la vida cotidiana. De esta experiencia preliminar surgieron, décadas antes, los movimientos de vanguardia y, entre ellos, el surrealismo.

A principios del siglo XXI, donde aún nos encontramos quienes hemos pasado buena parte en el anterior, la irrupción de medios de comunicación de masas superiores incluso a los ya viejos radio-televisión-cine, como es Internet, dejó atrás la manera de entender y crear nuevos objetos artísticos. En el mundo real iban sucediendo cosas mucho más surreales (sorprendentes) que en la propia imaginación. La ruptura del espacio-tiempo, según lo entendíamos hasta hace pocos años, ha sido definitivo. Lo virtual como real. La obra de arte de hoy no puede prescindir de las muchas informaciones interdisciplinares y en una visión progresiva de la historia del arte en el contexto histórico y social al que se pertenece. El artista chino Wang Qingsong está sentado en su mesa de trabajo, de profesor universitario, y con un punzón señala una gigantesca pizarra sobre la cual ha escrito con tiza, blanca y roja, multitud de fórmulas matemáticas, fragmentos de textos en diferentes lenguas, logotipos, etcétera. En su mesa, además de libros, una esfera, un bote con lapiceros y otros objetos, destaca una gran botella de Coca-Cola. China abierta a Occidente tiene que asumir una serie de valores extraños a su propia cultura. En otra foto espectacular, Qingsong aparece él mismo otra vez leyendo. La estancia está repleta de varias estanterías con libros, en su mesa la pila de volúmenes compite con el ordenador y en el suelo hay cientos de hojas arrugadas como gigantescos copos de nieve. Los libros han encarnado la ficción suprema de una posible victoria sobre la muerte, dice con razón Steiner en Los logócratas, «los que queman libros».

Para mi amigo Paparoni, un objeto debe ser hoy considerado arte si justifica su sentido, no solo dentro de la historia de los movimientos que han caracterizado la modernidad, sino también en relación con las transformaciones sociales, los cambios de escenario geopolítico y económico. Paparoni habla de «sentido», yo le añadiría también «sin sentido» Visionarios, oníricos, durante siglos el hombre buscó la realidad y la verdad más allá de sí mismo, más allá de su carnalidad y su razón a través del inconsciente. Hoy la realidad se ha hecho tan compleja, sorprendente y, a veces, más indescifrable que los sueños del inconsciente freudiano.