¿Un genio de las finanzas o un embaucador?

SANTIAGO

Miguel Rodríguez, el coruñés que ganó 240.000 euros en un concurso televisivo y que luego fue denunciado por decenas de personas por estafa, tiene divididos a los jueces. Unos lo absuelven y otros lo condenan.

18 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Unos dirán que es un genio de las finanzas. Otros que es un delincuente con pico de oro que embaucó a decenas de personas. También se comenta que es un hombre bueno, que por nada del mundo quiso engañar a nadie y que no es más que otra víctima de la crisis bursátil, y que arrastró a todos los inversores que confiaron en su infinito talento.

Y los jueces ¿qué dicen? Pues unos opinan que más culpables que él fueron sus víctimas, por creerlo, por convencerse de que podían ganar tantísimo dinero de forma muy rápida y sin riesgo alguno. Los hay que compararon su caso con el timo de la estampita, donde más pecado tienen los que caen que los que hacen caer. Otros magistrados confiaron en su palabra, que en su ánimo no estaba estafar a nadie, que simplemente fue un afectado más del terremoto que asoló las bolsas mundiales. Por el momento solo hubo uno que lo condenó, el titular de la Sección Primera de la Audiencia Provincial. No hace ni dos semanas que lo castigó con dos años de prisión, por estafa. Para este sí que fue un embustero.

Todo perdido

Todo esto es lo que se dice de Miguel Rodríguez, el coruñés que hasta hace dos años presumía de ser el hombre que había logrado el mayor premio de la televisión en España, al obtener 240.000 euros en el concurso Pasapalabra. Lo ha perdido todo. No ya lo suyo, sino también los ahorros que le confiaron decenas de personas.

Se cree que entre todos le entregaron alrededor de un millón de euros para invertir en bolsa. Miguel Rodríguez les prometía un 10 % de interés mensual. El que le daba 1.000 euros, al mes siguiente recibiría 1.100. Al principio, el dinero corrió a espuertas. Pero tan pronto comenzaron a patinar los parqués bursátiles, aquella bonanza se volatilizó. Fue entonces cuando aquellos pequeños inversores denunciaron a este asesor financiero de 41 años.

Al principio, allá por el 2004, el negocio iba rodado. Miguel contaba con pocos inversores. Bajo contrato, les prometía un interés del 3 %. Cumplía. Luego subió a un 10 %. Como un reloj, el día 1 de cada mes les entregaba las ganancias obtenidas tras mover el dinero por distintas bolsas del panorama internacional. Lo hacía desde su ordenador personal, apostándolo todo en el mercado de futuros. Era tal el dividendo, que el boca a boca animó a muchísima gente. Hubo alguno que llegó a hipotecar su casa. Nadie podía imaginarse entonces que el negocio corría desbocado hacia el abismo.

Llegó a establecerse un sistema piramidal, en el que unos animaban a otros a cambio de un porcentaje. Uno de ellos, el que más inversores llevó a Miguel Rodríguez, está hoy huido del país. Se cree que en Brasil. En cuanto la empresa sucumbió y la gente comenzó a reclamarle el dinero, optó por poner pies en polvorosa. Antes de echar a correr engañó a María, una coruñesa que le confió la escalofriante cifra de 600.000 euros. Le pudo devolver 400.000. «Me engañaron porque soy muy inocente», reconoce todavía hoy esta mujer. Avergonzada, no quiere dar la cara. «Sé que caí en el timo de la estampita», dice. Lo mismo reconoce otro hombre que perdió 60.000 euros. Un amigo le comentó el negocio, habló con Miguel y este lo convenció. «Tiene un gran pico de oro. Te confías y caes como un pardillo». Su abogado, el penalista Ramón Sierra, que logró sentar en el banquillo a Miguel y condenarlo por estafa, no cree tanto en su mala suerte como inversor o en la crisis y sí en sus tretas para captar inversores a costa de lo que fuera.

Un pozo de ambición

Pero hubo cinco juzgados en A Coruña, cuando Miguel estaba defendido por Santiago Fernández, que archivaron las causas contra él al entender que no quería engañar a nadie o que los inversores cayeron en el pozo de la ambición. Porque antes de caer se ganaron muchos millones. Hasta que las bolsas comenzaron a hundirse. A partir de ahí, sobre el 2007, Miguel Rodríguez no pudo hacer otra cosa que recurrir a los fondos aportados por los clientes para afrontar el pago de los dividendos mensuales. Hasta que la caja se vació. Algunos lo denunciaron; pero la mayoría optaron por dar el dinero por perdido. Entonces, Miguel acudió en noviembre del 2007 a Pasapalabra. «Lo único que tengo es buena memoria y leo un par de periódicos todos los días». Con esta presentación y el apoyo de Terelu Campos logró hacerse con el bote del programa, que entonces andaba por los 240.000 euros. Cuando la mayoría de las personas que le habían confiado sus ahorros lo vieron en la televisión llevarse tal cantidad de dinero lo celebraron como él. Pensaron que con el premio ya les podría devolver lo invertido. Para ello, no dudaron en llevarlo a los tribunales con el fin de que le embargasen las cuentas. No hizo falta. Miguel, que siempre defendió que actuó de buena fe, empleó la mayor parte del premio para entregárselo a muchos de los inversores. Pero el bote del concurso, aunque abundante, no daba para tanto. Lo que sí es cierto es que siempre dio la cara. No escapó, como su socio. Y a día de hoy sigue devolviendo dinero a los inversores. El que puede.