La gran burbuja del fútbol español estalla ante la afición

SANTIAGO

Sin garantías de cobro, el sindicato de jugadores convocó una huelga que se levantó el jueves. La falta de control gubernamental y la inacción de la justicia sitúan al fútbol casi al margen de la ley.

28 ago 2011 . Actualizado a las 16:28 h.

La burbuja del fútbol estalla. Los propios jugadores han pinchado con la huelga el globo de su propio negocio, un caballo desbocado hacia ninguna parte, carcomido por las deudas, adicto a los incumplimientos de la ley, tocado en su credibilidad por los sobornos y que opera al margen de las normas que se aplican al resto de los sectores y ciudadanos. Los bancos, los Gobiernos y los jueces miraron para otro lado y así llegamos al callejón sin salida actual. Tras el brillo de la generación de simpáticos chavales que levantaron la Copa del Mundo, el balompié español, como el emperador del cuento, se paseaba desnudo sin que apenas nadie se atreviese a reconocerlo.

El convenio colectivo resultó la chispa que avivó el incendio. El sindicato de jugadores, la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), ve insultante el fondo de garantía salarial para clubes acogidos a la ley concursal que acaba de aprobar la Liga de Fútbol Profesional (LFP), y reclamó un nuevo convenio colectivo. La patronal reserva 40 millones de aquí al 2015. Según los trabajadores, la cifra no cubre ni los 50 que se les adeudan a más de 200 futbolistas solo de la temporada pasada.

Falta dinero y ni los futbolistas se fían ya de los clubes. Los jugadores no aceptan, como pide la Liga, que se consideren vacaciones las concentraciones con la selección, o que todos sus derechos de imagen pasen a los clubes. En cambio, estos piden que los deportistas a los que les adeuden tres mensualidades, puedan romper su contrato. Y exigen que, «igual que en países como Holanda, Alemania, Francia e Inglaterra, haya medidas preventivas y no paliativas. En estos países, el club que no demuestra que va a pagar, no compite», denuncia Luis Rubiales, presidente de la AFE.

La bola de impagos crece, siempre ha sido así en el fútbol, que no sabe de bonanzas. El verano pasado se debían 12 millones a casi 100 jugadores, y este reclamaron 50 más de 200 futbolistas, según Rubiales.

No es la primera vez que el fútbol se dirige a un callejón sin salida. Y, pese al dinero público destinado a auxiliar al sector, nunca se resolvieron sus problemas definitivamente. El primer plan de saneamiento, en los ochenta, costó 20.000 millones de pesetas, sustraídos de las quinielas; el de los noventa precisó de 40.000 más, y la conversión de casi todos los clubes en sociedades anónimas. Las cifras de hoy son mastodónticas. En la última campaña liquidada, la 2009/10, se perdieron otros 213 millones de euros, hasta alcanzar los 3.429,2 (en pesetas, más de medio billón), según figura en el estudio más completo sobre el tema, del catedrático de Economía Financiera y Contabilidad José María Gay de Liébana, que admite que la burbuja del balompié español «está a punto de reventar». «En el fútbol se ha vivido demasiado pensando en los milagros: en la recalificación y en los traspasos de jugadores», denuncia el autor.

LOS PRESIDENTES NO RESPONDEN

La quiebra se extiende por todo el fútbol profesional. Zaragoza, Mallorca, Rayo, Hércules, Betis, Granada, Recreativo, Xerez, Córdoba, Cádiz y Poli Ejido se encuentran en proceso concursal, una situación por la que ya pasaron Sporting, Málaga, Real Sociedad, Levante, Las Palmas, Albacete, Alavés, Celta, Murcia y Alicante. El goteo no para debido a la irresponsabilidad de unos dirigentes a los que se consiente todo. Pese a la cantidad de bancarrotas, apenas ha habido presidentes a los que se les exigiese responder con su patrimonio ante el quebranto económico producido a los acreedores.

Las arcas del Estado son uno de los principales perjudicados por el fútbol español. Los clubes deben a Hacienda 694 millones, según datos facilitados por el Gobierno en marzo, a falta de añadir el agujero con la Seguridad Social, que en el 2008 ya rozaba los cinco millones. Como las instituciones, los bancos han tenido siempre una doble vara de medir, para los clubes y para el resto de los ciudadanos. Como ejemplo, el Valencia llegó a deber a Bancaja 250 millones de euros, que vencieron en junio sin que la caja ejecutase el embargo de los terrenos del hipotecado estadio de Mestalla.

Las buenas palabras casi nunca dan paso al cumplimiento de los clubes con el Estado. El Congreso aprobó en septiembre una moción del diputado del BNG Francisco Jorquera para que el Gobierno les obligase a pagar sus deudas con Hacienda. «É algo que o conxunto da sociedade subscribe. Non nos consta que se tomara medida algunha. Nunha situación de crise, é escandaloso. Mais cando os clubs seguen despilfarrando. Esta é unha dinámica que hai que rachar. Na nosa moción pedíamos que se aproveitase a situación para que os clubs adoptasen límites de gastos e salarios, cunha disciplina orzamentaria. Pretendíamos preservar tamén os dereitos dos xogadores e o cumprimento dos contratos», explica el nacionalista.

A MÁS DINERO, MAYOR HUELGA

El maná audiovisual ejemplifica el saco sin fondo en que se han convertido los clubes. Cuando ingresan más, todavía deben más. Los clubes dispararon sus ingresos por derechos televisivos, que eran de 847 millones en el 2003 y se duplicaron hasta los 1.622 del 2010, según datos de Gay de Liébana. En total, los equipos de Primera ingresaron 1.331 millones en el 2007, y crecieron a 1.610 en el 2010, pero sus deudas anuales pasaron de los 166 millones de hace un lustro a los 213 del último curso cerrado.

En un contexto de crisis generalizada, los ingresos antes considerados atípicos permitieron a los clubes ingresar más y más dinero, pero la situación no les persuadió de ajustar los gastos para evitar mayores turbulencias.

Cantidades obscenas se gastan en fichajes, no solo del Madrid y el Barcelona, lo que genera un desapego creciente entre la ciudadanía, pues los daños de la crisis económica han terminado por afectar a todos los sectores de la economía.

La ruina consentida del fútbol español supone una excepción en el continente. Según el informe de la UEFA Panorama sobre los clubes del fútbol europeo, solo el 10 % de las auditorías de las entidades españolas están en regla.

Más poderosos, el Barça y el Madrid han terminado arrastrando en su espiral autodestructiva a clubes pequeños sin su patrimonio ni capacidad para generar recursos. Según Deloitte, la Liga española es la más desigual de Europa en materia económica: los cuatro equipos con mayor presupuesto multiplican por seis el gasto de los cuatro últimos.

El derroche fue engordando a jugadores, entrenadores, presidentes e intermediarios. Los músicos seguían tocando alegremente mientras el barco se hundía. Hasta que los futbolistas, por propio afán de supervivencia, se han declarado en huelga.

CONSTANTE INCUMPLIMIENTO LEGAL

Ya actúa la UEFA, que dejó al Mallorca fuera de la Europa League por sus 80 millones de deudas (casi la mitad, a instituciones públicas). Otras ligas filtran los conjuntos que pueden competir cada año según su salud financiera. España es, junto a Albania, el estado que menos controla a sus clubes. La LFP carece de un sistema de licencias basado en el rigor económico. Las deudas no se penalizan y los fichajes no se interrumpen en situaciones de insolvencia flagrantes.

En España abundan los incumplimientos, fallan los controles. El fútbol transita por una realidad paralela, impune para Administraciones de distinto signo. Los clubes recurren a la contabilidad creativa para presentar sus balances, como se ha denunciado repetidamente en el caso del Deportivo y la anterior etapa del Celta. El tinglado del balompié mueve dinero con frecuencia por cauces opacos. Una tupida red de comisionistas y agentes pulula alrededor de los clubes para favorecer sus intereses. Jorge Mendes, por ejemplo, representa al mismo tiempo a los madridistas Pepe, Cristiano, Di María y Carvalho, así como al entrenador, José Mourinho. Las cifras de los traspasos no se publicitan, no digamos las comisiones. Los contratos recogen de forma frecuente cláusulas de confidencialidad. Cuando toca pedir, se invoca a la afición, a la que se ningunea a la hora de facilitar información.

Los datos de asistencia a las juntas de accionistas o la representación de acciones no se justifican, como incumple reiteradamente Lendoiro en el Deportivo. Amparados por la idea romántica del amor a unos colores, los dirigentes a menudo tejen íntimas relaciones con grupos radicales para acallar críticas.

Los accionistas carecen con frecuencia de una información acerca de la vida económica del club que vaya más allá de un esquemático resumen. El amiguismo en el nombramiento de cargos está a la orden del día, con familiares en las más variadas parcelas de los clubes.