Punta Candieira se mete en el mar

CRISTÓBAL RAMÍREZ

SANTIAGO

En el XVIII se decía que la costa entre Ortegal y Cedeira, donde se halla el faro, «está llena de peñascos inaccesibles y es la más agria del Reino»

19 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

| «El cabo Ortegal es muy pedregoso, y en su centro cubierto de montañas muy ásperas y escarpadas. Su costa por uno y otro lado está llena de peñascos inaccesibles, y es la más expuesta y agria de todas las del Reino». Así se despacha a gusto José Cornide, el ilustrado coruñés cuyos pasos siguen redactor y fotógrafo de este periódico casi dos siglos y medio más tarde.

Porque decir en su Descripción circunstanciada de la costa de Galicia (edición de X. L. Axeitos) que la ribera que, hoy como ayer, acoge a San Andrés de Teixido y los acantilados de Herbeira (que no son los más altos de la Europa atlántica, como suelen afirmar los folletos turísticos) es «la más expuesta y agria de todas las del Reino», sabiendo que el Reino es España entera, tiene su aquel.

Claro que Cornide se documentó bien, pero no parece haber ido a San Andrés ni a esos parajes, entonces olvidados de la mano de Dios, pero no de la de uno de sus fieles, el padre Sarmiento, quien logró llegar hasta ahí y nos dejó en 1703 una enjundiosa descripción. La iglesia local era, para el religioso, pequeña y bella, pero al mismo tiempo «indigna», puesto que carecía de ornamentación. Hoy del templo emana un tono marinero y en su interior reposan exvotos llevados allí por los fieles que piden la intercesión del santo para asuntos de la esfera privada de cada cual.

El ilustrado debió de tenerlo muy crudo a la hora de explorar esos parajes y se limita a decir que «luego que se monta el cabo de Ortegal, se entra en las costas inmediatas a la ría del Ferrol», lo cual es una pequeña barbaridad, hasta en términos macrogeográficos.

Lo cierto es que ahora existe una carretera que, desde Cariño, remonta la sierra de A Capelada y, en muy poco tiempo, permite ponerse a la altura de las docenas de molinos de viento que allí conviven mal que bien con caballos salvajes, que ya no se asustan al ver a los turistas, y con corzos no menos salvajes, pero algo más huidizos.

Cornide asegura que el personal de toda esa zona norteña era «muy fiel y amante de la Patria, y dueños de las montañas y desfiladeros es una empresa atravesarlas sin mucho riesgo». Aseguraba el coruñés también que los habitantes de estos lugares eran «gente robusta, la mayor parte de montaña, de buenos pies y disposición».

En estos momentos, en San Andrés de Teixido, lo que se ve son vendedores que obligan a los visitantes a circular por un estrecho pasillo, gente robusta en el sentido de sana, pero tan alegre y con las mismas inquietudes culturales y sociales que cualquier otra. ¿Y los pies? Pues vaya usted a saber.