El catecismo de los mercados se llama «rating»

? Félix Soria

SANTIAGO

? Existen un total de 75 agencias de calificación, casi todas de ámbito geográfico limitado, pero solo tres acaparan el 90% del negocio

31 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Las agencias de calificación de riesgo -también conocidas como de rating- son protagonistas de la actualidad económica día sí, día no debido a la llamada crisis de la deuda (la pérdida de credibilidad que acusan las emisiones del tesoro público de los estados).

Ningún gobierno ni institución transnacional ha regulado con mínimo rigor la función ni los requisitos que deben cumplir esas agencias y de un tiempo acá a esa desregulación se han sumado los efectos de la crisis financiera, propiciando que los dictámenes de esas empresas marquen las agendas económica y política del mundo.

Calificar es una actividad privada y, sin embargo, los dictámenes de las agencias son dogma «oficial» a pesar de esa circunstancia y de que entre los propietarios (o accionistas) y no pocos profesionales figuran personas físicas o jurídicas con intereses cruzados, de modo que sus evaluaciones -que por lo general son apreciaciones carentes de cemento económico científico- son interesadas o de fiabilidad cuestionable. Además, solo tres de las 75 firmas existentes (Fitch, Moody?s y Standard & Poors) acaparan el 90% del negocio.

cambio de modelo

En principio, las agencias servían a clientes concretos, que en su mayoría eran abonados que recibían periódicos informes. Esos dictámenes eran de carácter privado; es decir, la agencia los remitía solo y exclusivamente a sus clientes, que también podían solicitar y pagaban informes referidos a empresas, entidades o instituciones concretas. De modo que el grueso del negocio estaba en los abonados o suscriptores.

Sin embargo, actualmente solo una minoría de las empresas dedicadas a estimar riesgos mantienen ese modelo y, siguiendo el ejemplo de las tres grandes, la mayoría de ellas elaboran dictámenes cuyo eje son el crédito y las operaciones de ámbito financiero.

Al mismo ritmo que cambiaba el modelo de negocio, las agencias se transformaban en sociedades que a fecha de hoy centran su actividad en el crédito y en los agentes vinculados a ese mundo, amén de que las que ejercen de oráculos difundan públicamente telegráficas valoraciones ara las que incluso han inventado un baremo -desde el AAA+ a los niveles B negativos, con escalonadas notas intermedias.

Es decir, los ingresos y el volumen de negocio de esas consultoras no dependen de las suscripciones ni de las demandas de consejo que un cliente abonará por cada valoración o estudio concreto. Hoy, si las grandes agencias de rating basaran su negocio en los abonados y en los pedidos puntuales, casi todas serían económicamente insostenibles.

Además de las críticas que concita esa transformación, el rigor de las agencias es cada vez más cuestionado porque entre sus propietarios (o accionistas) figuran personas físicas y jurídicas que participan directamente en el juego de las finanzas: son juez y parte. De hecho, desde los años noventa es noticia periódica el hecho de que un directivo o un profesional de tal o cual agencia -tras haber participado en la elaboración de informes- abandona la agencia para trabajar por cuenta de uno de sus ex clientes, o sencillamente porque se jubila tras haberse convertido en millonario gracias a los emolumentos y comisiones que reporta elaborar informes.

En definitiva, el negocio del rating constituye un agujero negro instrumentalizable y, para colmo, incontrolado.

Raymond McDaniel Jr., primer ejecutivo de Moody?s, en la conferencia celebrada hace dos meses sobre el sistema financiero, en Los Ángeles | fred pouser / reuters