-¿Alguna vez su marido o sus hijos le han reprochado esa atención especial a sus hijos drogadictos?
-Un día mi hijo el mayor empezó a discutir con el segundo, con Jaime, que estaba enganchado, porque le había robado un tocadiscos. Y la cosa subió de tono. Yo lo mandé callar, y me achacó que protegía a Jaime, que si era el niño bonito y no sé qué, y dio un portazo. Por la noche hablé con el mayor, que es muy paciente (se parece a su padre) y le expliqué: «Mira, yo tengo cinco dedos, y esos cinco dedos sois mis hijos, si me cortan cualquiera de ellos me duele igual, pero uno es un dedo defectuoso y hay que tratar de enderezarlo». Con los años, mi hijo el mayor, que ya tiene dos niñas, me dijo: «Mamá, no sabes la lección que me diste ese día».
-¿Y su marido?
-Mi marido siempre ha sido muy comprensivo. Llevo 46 años con él y sin ese apoyo y el de mis hijos no hubiera podido luchar.
-¿Qué le pasó por la cabeza cuando se le enganchó otro de sus hijos?
-Yo cerraba los ojos, no me lo quería creer, decía: «No, tengo la mente distorsionada de trabajar con esta gente. ¡Qué va!». Pero las pruebas eran evidentes. Cuando se enganchó a la heroína, pensé que no iba a soportarlo, ahí sí me derrumbé totalmente.
Carmen Avendaño (Vigo, 21-11-1954) es una mujer coraje que dice haber nacido «rabuda», pero a la que la vida la hizo así. Es la mayor de diez hermanos, y madre de cinco hijos. Su carácter es una mezcla de afecto y de dureza, lleva 46 años casada, y sin su familia, asegura, no hubiera soportado ver enganchados a la heroína a dos de sus hijos. Uno de ellos sufrió dos embolias y hoy «es como un niño». Está afiliada al PSOE.
-¿Pensó que se había equivocado?
-No, porque fueron siempre dos hermanos que estuvieron muy unidos, muy trastes los dos, fue como una solidaridad. Pero en el fondo, mi hijo Jaime me produjo siempre más ternura que mi hijo Abel. Porque Jaime siempre fue más ignorante, pero Abel ya sabía lo que estábamos sufriendo. Aunque es cierto que pasó por un trauma en la mili, vio cómo le explotaba una bomba a un teniente y saltaba por los aires, incluso él tiene metralla, y ahí se pasó a la heroína.
-¿De dónde le nace ese coraje?
-Es genético, los Avendaño, que somos de Vigo desde hace generaciones, somos así. Soy cabezona y rabuda de nacimiento.
-¿Ha visto la serie «Matalobos»?
-Claro, me encantó. Es muy real, y la meapilas de la madre es igual que la mujer de Charlín. Y la de Oubiña, con velos, de rosarios... Me gustó porque refleja muy bien a los clanes y a la sociedad gallega.
-¿Soporta ver ese mundo sin problema, como en la película sobre su vida, «Heroína»?
-Matalobos me gusta porque reafirma algo que está ahí, que ha sucedido. Heroína no refleja ese contexto de la misma manera.
-¿Cuántas veces ha escuchado eso de 'si se le ha enganchado un hijo por algo será'?
-Muchas. Cuando empezamos a dar charlas por los pueblos y ciudades, los narcos nos enviaban gente para reventarlas. Nos montaban la contra. Se hacían pasar por vecinos, se colocaban de forma estratégica en la sala y saltaban: «Usted fala moi ben, pero a min roubáronme e quen me vai devolver iso» o «se son drogaditos que os coiden os pais», cosas de ese estilo.
-¿Ha temido por su vida?
-A mí los narcos me rehuyeron siempre. Una vez incluso me cortaran los frenos del coche y estuve toda una Semana Santa sin salir de casa con mi marido. Pero siempre tuve gente que me pasaba información, algo bueno dejé.
-¿Los años le han dado serenidad?
-La presión se ha rebajado mucho, los problemas con mis hijos no son los mismos. Esa paz interior la tengo. De lo que no logro desprenderme es de esa adicción a las personas que lo necesitan. Es una satisfacción.