Natalie Portman: «Después de tanta alfombra roja tengo ganas de quedarme en casa con ropa vieja»

ANGÉLICA MARTÍNEZ

SANTIAGO

A punto de dar a luz y con un Oscar debajo del brazo por su papel en «Cisne negro», Natalie Portman hace balance de su carrera en el que cree su mejor momento profesional y personal

25 mar 2011 . Actualizado a las 14:39 h.

Después de triunfar en los Oscar y llevarse a casa el premio a la mejor actriz por su papel en Cisne negro, Natalie Portman sigue de actualidad por el filme Sin compromiso, que hoy se estrena en España. En esta comedia romántica, de la que también es productora ejecutiva, Portman comparte guión con el actor Ashton Kutcher, y juntos dan vida a la historia de una pareja de amigos que deciden mantener una relación sin compromisos, solo con encuentros sexuales esporádicos.

Orgullosa de su Oscar, feliz con su embarazo e ilusionada con su próximo matrimonio, Natalie asegura que está en el mejor momento de su vida, tanto personal como profesionalmente.

-Después del riguroso rodaje de «Cisne negro», ¿cómo cambió su cuerpo para rodar este filme?

-¿Básicamente me estás preguntando cómo engordé tan rápidamente? Fue muy fácil. Mi paladar estaba dispuesto a probar cualquier cosa después de tanto tiempo a dieta. Obviamente tuve que hacerlo con la ayuda de un nutricionista, porque tan malo es perder peso como ganarlo si no cuentas con un médico que te guíe.

-¿Por qué decidió convertirse en productora de «Sin compromiso»?

-Para mí es un gran honor interesar al público con algo que yo he elegido desde el principio. Una idea que se convierte en película. Los productores son quienes realmente saben cómo conectar con el público y para mí es muy excitante ese sentimiento. La mejor experiencia que he tenido fue cuando me senté con varias actrices a hablar sobre producción.

-¿Ser productora ejecutiva es una gran experiencia?

-Sí. Para mí es muy raro tener la oportunidad de compartir mi tiempo con actrices de mi generación en un proyecto profesional. Los productores tradicionales de Hollywood llevan haciendo su trabajo más de treinta años. Nosotros somos gente joven experimentando un camino diferente. Somos madres y actrices noveles en la producción decididas a crear buenos proyectos. No soy yo sola, pertenezco a un grupo sensacional de mujeres a las que admiro y con las que suelo salir en Los Ángeles

-El sexo tiene mucho poder en esta película. ¿Cree que vivimos en una sociedad donde el sexo se está convirtiendo en algo superficial?

-En nuestro país sin duda. Este filme pone de relieve que tenemos demasiado sexo en los medios, pero es sexo disociado de las emociones.

-¿Le incomoda rodar escenas de alto voltaje sexual?

-Soy una mujer bastante inmadura. Me avergüenzo fácilmente. Obligué al director a mostrarme todas las imágenes porque no quería que se viera nada que me incomodase.

-Cuando era adolescente decía que nunca haría desnudos o escenas sexuales, pero parece que ahora ha cambiado de opinión.

-En mi adolescencia me protegía, no quería convertirme en la típica Lolita del cine. Después de rodar El profesional pensé que sería más sensato por mi parte alejarme de personajes extremos, que me asustaban. Ahora me siento más fuerte, ya no soy víctima y nadie puede explotarme. Soy más fuerte de lo que parezco y, aunque todavía tengo cuidado con cada paso que doy, entiendo cuándo el desnudo es un elemento artístico o cuándo se explota a la actriz y las imágenes acaban en una web pornográfica. En este caso es parte de la vida y tiene que ser parte del filme. Digamos que ahora estoy aprendiendo a enfrentarme a mis desnudos en el cine haciéndolos creíbles, pero asegurándome de que no aparece mucho de mí para que no termine en una web pornográfica.

-¿Siente la presión de ser un icono de la belleza?

-No, porque no me veo a mí misma como un icono. Sé que mi profesión tiene mucho que ver con mi imagen, pero sé que también tiene mucho que ver con mi trabajo.

-Lleva una procesión de premios este año. ¿Disfruta con la alfombra roja?

-Es maravilloso vestirse, posar y que te hagan fotos. También que te envíen trajes los diseñadores y tengas oportunidad de estrenar lo más nuevo de la temporada. Pero tras tres meses de alfombras rojas tengo muchas ganas de quedarme tirada en casa una temporada con la ropa más vieja de mi armario. En privado todas las actrices que conozco son desordenadas, sucias y se visten con ropa vieja. Pero los días que te quedas en casa te sientes fea porque de pronto te ves sin maquillaje, con el pelo revuelto y piensas: «Soy completamente horrible».

-Ha conseguido un Oscar interpretando una bailarina de ballet, ¿son mundos parecidos la danza y la interpretación?

-Definitivamente son similares pero también hay diferencias muy marcadas. La dedicación y la técnica que se requiere para ser bailarina no las necesita una actriz. El ballet es un arte virtuoso que se caracteriza por el trabajo duro y la técnica extrema.

-Yo me refería a que son dos mundos donde la competencia es difícil y la juventud juega un papel importante

-Absolutamente. Digamos que es un paradigma porque las mujeres en ambas carreras vienen con fecha de caducidad, pasados unos años son sustituidas y reemplazadas por una generación más joven. Pero ese es un reflejo de una sociedad que trata así a las mujeres en muchos campos, no solo en la danza y la interpretación.

-Su futuro marido y padre de su bebé es coreógrafo de ballet y usted actriz. Si tiene una hija y en el futuro le dice que quiere ser bailarina o actriz, ¿qué le diría?

-Probablemente no se lo permitiría [se ríe]. Obviamente, mientras es niña le animaría a seguir sus sueños. Hay algo extremadamente bello en las bailarinas porque es un arte que te recompensa emocionalmente, no hay nada superficial en él. Es un arte vocacional, de amor puro a lo que estás haciendo, aunque también puede convertirse en un mundo cruel.

-¿Qué se siente al ganar un Oscar?

-Lo más importante para cualquier actor es el trabajo bien hecho. No quiero ser cursi o repetitiva, pero es cierto. No se ruedan películas para ganar premios. Interpretar un buen personaje es una experiencia que, al menos a mí, me llena lo suficiente como para irme a mi casa y pensar: «Estoy contenta».