«La gente piensa de Zapatero que o nos ha engañado antes o lo hace ahora»

Por Jacinto Ruiz

SANTIAGO

Carrillo es un hombre amable, pero firme. Difícil de sorprender. Parece que siempre tiene la respuesta preparada. Desde su atalaya ve casi inevitable el cambio de gobierno, aunque le preocupa que el PP no sea un partido de derechas como los que existen en Europa, «laico y demócrata»

06 mar 2011 . Actualizado a las 15:44 h.

Santiago Carrillo es un relato vivo de una importante parte de la historia de España. A sus 96 años, el que fue secretario general del PC, es un político capaz de desmenuzar los problemas de ayer y los retos de hoy. Lo hace con sencillez, con claridad de ideas. Habla lentamente, con frases medidas y con una contundencia que reviste de suavidad, de forma directa. Se ha forjado en la superación y la política es el líquido elemento donde respira, además del tabaco.

-¿Ha pensado dejar de fumar, ahora que se les ha puesto tan difícil?

-No tengo pretensiones de alargar la vida. La gente que se retira del tabaco lo hace para conservar su salud y su existencia. A mí, ya no me interesa.

-El pasado mes se recordó el aniversario del 23-F. Todavía quedan en la retina las imágenes de los guardias civiles disparando y cómo Suárez, Gutiérrez Mellado y usted siguieron sentados. ¿Cómo lo recuerda?

-Como un mal momento en el que me porté bien.

-Calvo Sotelo dijo que el descrédito del Parlamento se debía a aquel desierto de escaños vacíos.

-Si hay descrédito o poco prestigio no es por aquella situación. Lo que sucede es que la gente tiene la impresión de que el Parlamento se lo reparten dos partidos y no hay espacio para otras corrientes reales. Se ha perdido la confianza en la utilidad del Parlamento, y es grave.

-Han desaparecido documentos y grabaciones y el ex ministro Rosón dijo que, si se conociesen todos los detalles, la democracia resultaría dañada. ¿Qué se escondió para calmar los ánimos?

-Hubo que hacer la vista gorda ante la amplitud que tenía aquella intriga política y aquel golpe, porque, si se tiraba de la cuerda y se sacaban a la luz las responsabilidades de los que de una o de otra manera habían participado o estaban dispuestos a ello, si hubiera salido adelante, habría sido un número tan enorme de gente que la democracia, en aquel momento, no habría tenido fuerzas para resistirlo.

-Suárez dimitió pese a que había asegurado que solo se marcharía si perdía las elecciones o le sacaban con los pies por delante. ¿Por qué cambia de criterio?

-Porque se queda solo. Le abandona su propio partido, la UCD, sus colegas de gobierno en los primeros momentos del cambio y, en un momento dado, pierde también el apoyo del Rey. Suárez se encuentra aislado, rodeado por todas partes de hostilidad y en unas condiciones muy difíciles para seguir gobernando.

-Incluso de la Iglesia, molesta con la ley del divorcio, ¿no?

-Desde luego. El día del asalto al Congreso hubo algún sacerdote conocidísimo que intentó conseguir que los obispos firmaran un papel defendiendo la Constitución y, desde luego, no lo consiguió. Solo cuando el golpe fracasó, la Asamblea Episcopal tomó la defensa de la Constitución.

-La transición estuvo llena de atentados, ruido de sables, la presión de la Iglesia y una sociedad que exigía un cambio. ¿Todo esto condicionó más a la izquierda o a la derecha? ¿Qué dejó Carrillo en el proceso?

-En ese momento hubo que llegar a un acuerdo entre fuerzas que venían de las antípodas y encontrar las bases mínimas de acuerdo que permitiesen dar el paso hacia un sistema democrático y pluralista. Se consiguió transformar el aparato del Estado español, centralista, en uno autonómico de tipo más bien federalista. Fue un gran éxito. Se cambiaron muchas cosas en muy poco tiempo: la dictadura, hubo una amnistía, se legalizaron los partidos políticos y los sindicatos, se hicieron Cortes constituyentes y una nueva Constitución, también los Pactos de la Moncloa. En el Parlamento estaban partidos que habían perdido la guerra civil. En esas condiciones, claro que hubo que limitar ambiciones.

-Entre los cambios están 17 autonomías, ¿fue un intento de evitar el protagonismo de las llamadas históricas, haciendo, como se dijo: «café con leche para todas»? ¿A día de hoy, cree que han ido más lejos de lo previsto?

-El reconocimiento de que en España había no solo regiones, sino nacionalidades, fue un gran paso adelante y presuponía diferencias en las competencias de unas y otras. En la Constitución se establecieron dos caminos para llegar a la autonomía. Uno, para las llamadas históricas, otro para el resto. Me parece normal que las nacionalidades que tienen un idioma y características culturales propias muy definidas tengan mas atribuciones. No creo que signifique desigualdad, sino el reconocimiento de que no todos tienen los mismos problemas que Cataluña, el País Vasco o Galicia. Lo que ha sido una debilidad y un error de los gobiernos posteriores es lo de café para todos.

-El presidente de la Generalitat, Artur Mas, dijo que ya no se está en la vía autonomista, sino por el derecho a decidir sin límites. También el PNV para Euskadi. ¿España debería plantearse ir a un Estado federal?

-La evolución debe ir en ese sentido, pero lo que me parece esencial es encontrar el encaje de nacionalidades que históricamente han tenido dificultad para relacionarse con el Estado. Hacer que se sientan a gusto es la primera tarea para preservar la unidad de España, que no radica en que el Gobierno de Madrid mande y decida en todas partes. Consiste en que los pueblos lleguen a sentirse cómodos en la integración. Hoy, por la fuerza, no se puede mantener a un pueblo, a una nacionalidad, dentro de un Estado.

-El profesor Roland Sturn, ex asesor de las fundaciones Konrad Adenauer y Bertelsmann, dijo que España ya era una federación encubierta, mucho más que Alemania. ¿Está de acuerdo?

-España tiene unas autonomías tan amplias o más que los Länder alemanes y se puede decir que es una federación encubierta, pero la asimetría me parece inevitable, porque así como Alemania no hay ningún Land que reclame derechos nacionales, ni estatales, en España sí hay territorios que reclaman un sistema de asimetría.