«Vivir cada día la grandezas y miserias del ser humano llega a ser muy intenso»

La Voz

SANTIAGO

Policía y escritor, comisario galleguista en una institución profundamente centralizada, Luis García Mañá se explaya en las fronteras que han marcado su vida: geográficas, humanas y de las leyes que limitan su actuación profesional

20 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El jefe superior de Policía de Galicia recorre a zancadas el pasillo donde se secuencia el ADN de todas las muestras biológicas que la policía científica toma en los escenarios del delito. «No podemos entrar en las salas, las pruebas pueden contaminarse», advierte Luis García Mañá (Ourense, 1950). Conseguir este laboratorio fue uno de sus empeños desde que tomó posesión en el 2004 y ahora que el equipo -«muchos de ellos licenciados y doctores de la escala básica, lo que dice mucho de la formación actual de la policía en Galicia»- trabaja a pleno rendimiento quiere mostrarlo. Pero la visita es rápida. Llega tarde a un acto en la Real Academia Galega. Donde el comisario principal se detiene con parsimonia es en el discurso sobre los límites imperfectos de su profesión, sobre las fronteras del hombre, la ley y la raia seca ourensana, donde nació su vocación de escritor.

Ha publicado cuatro novelas, una trilogía de ficción sobre el protodetective Nemesio Castro, cuatro ensayos, dos de ellos sobre el estatus de un territorio de la frontera entre Galicia y Portugal que durante siglos no rindió cuentas a ningún Estado, y ahora prepara un libro de conversaciones con un «gran gallego» que no quiere desvelar. Se declara un lector empedernido de historia (si es del XIX, mejor), estrena e-book y, en medio de su moderado optimismo sobre la seguridad ciudadana en Galicia, desliza una queja por los límites que algunas leyes imponen a la actuación policial. «La de Enjuiciamiento Criminal viene de 1882», razona.

-¿Qué fue antes, el policía o el escritor?

-Antes fue una persona vinculada a este lugar por razones de sangre y de tierra, lo que en derecho se llama el ius sanguinis y el ius soli. Mi familia es de toda la vida de aquí y por lo tanto yo soy fundamentalmente un gallego fuertemente enraizado en su tierra. Luego en casa había algunas carencias, pero desde luego la que no había era la capacidad de fabular y de contar historias. Ahí prendió esa llama, con lo cual es probable que antes naciera la persona inclinada al mundo de la literatura, de la fabulación y de las historias ciertas o inciertas.

-En todo caso, una actividad alimentará a la otra, ¿o las mantiene a raya?

-No, yo en el trabajo soy lo que soy. Vivo intensamente la policía. Me parece una profesión con una proyección social y humana, por su capacidad de responder a las necesidades de la sociedad, como ninguna otra. Es una profesión apasionante. Va directamente al hombre. Vivir cada día en contacto con las miserias y las grandezas humanas engancha, llega a ser muy intenso. Sabemos que un delincuente puede llevar dentro a un ser humano enorme, capaz de un acto de solidaridad grandiosa. Y que ese otro señor, con un estatus extraordinario, al final puede resultar ser un gran rufián. Todo eso lo percibimos a diario. Pero hay que discriminar. Saber que hay unas reglas de juego. Si no hubiera un campo de fútbol, la Constitución, con unas reglas, que son las leyes, esto sería imposible. Porque somos individuos, plurales, y cada uno tiraría por donde le mandasen sus intereses. A veces todo esto te entristece profundamente, pero a la larga es enriquecedor. La profesión de policía se va interiorizando.

-La literatura, entonces...

-Una sola cosa más. El policía también tiene que ser ciudadano, una persona como cualquier otra. Y siendo una persona buena y un buen ciudadano, seguramente será un buen policía. De tal manera que no hay que ser endogámico. El policía tiene que vivir con gente que no siempre piense como él, que no sea de su misma profesión, que no hable solo de robos, tiene que alejarse de ese mito del policía infalible, del héroe, proyectarse en otros campos y conservar aficiones.

-Usted en su juventud ya se presentaba a concursos literarios...

-Eran premios de escaso valor, no más que un lote de libros. Escribía cosillas de las que escribimos de jóvenes, cuando estamos muy sensibilizados con el otro sexo, y también otras que tenían que ver con mis vivencias en la aldea de mi madre, en Randín, en la frontera. Las fronteras siempre me han atraído de un modo especial. Mi padre es de Asturias, pero de un lugar que yo creo que es la Galicia irredenta, Taramundi. Hablan gallego y antropológicamente son gallegos. En todo caso, unos y otros son de la Gallaecia romana y unos y otros son rayanos.

-Donde el delito era normal.

-Sí, sí, yo iba al pueblo de mi madre y vivía en medio de gente que claramente se dedicaba al contrabando. Lo que ocurre es que afortunadamente no era lo que hoy entendemos como contrabando de armas o de drogas. La gente contrabandeaba para sobrevivir, con café, con las cosas de comer. En algunos casos podían llegar a algo más, pero el que llevaba o traía de Portugal era por cuestiones de subsistencia en un momento en que España no era pródiga. Era la Galicia más pobre y lo sigue siendo, lo digo con dolor. Y en esa Galicia de interior, donde lógicamente se vive más introspectivamente, donde se cuentan más las historias propias que las ajenas, toda esa antropología cultural de la raia seca, del contrabando, de los huidos, estaba a flor de piel.

-Usted investigó a fondo Couto Mixto: ¿qué lectura hace de ese pequeño territorio que durante siglos se mantuvo independiente de las Coronas de España y Portugal?

-Que es posible convivir procediendo de espacios culturales, políticos y territoriales distintos. Lo que hace falta es la decisión y la voluntad de convivir. En Couto Mixto convivían gentes de nacionalidades distintas, unidas por un motivo que casi siempre era económico, con lo que podemos extraer otra lección. La economía es el motor del mundo.

-¿Pero no era el amor?

-No, el amor es el motor de ciertas conductas personales. El motor del mundo son los flujos económicos y nada más que eso. Los habitantes de Couto Mixto estaban exentos de tributación tanto España como a Portugal y podían comerciar con productos estancos que en aquel momento eran vitales, como la sal. Ellos fueron los grandes negociantes de la sal de buena parte del sur de Galicia. Sal que venía de Portugal y ellos colocaban, importantísima, porque entrañaba la única posibilidad de conservar los alimentos, tanto en la zona marítima como en el interior.

-¿Cómo burlaron el control?

-Las metrópolis se despistaron. Era una zona pobre, de mucha altitud, un fondo de saco, una montaña donde se producía poco. No era una zona rica como puede ser hoy Andorra. Poco a poco fueron ganando privilegios de manos de las casas de Braganza y Monterrei, Lisboa y Madrid se despistaron y cuando se dieron cuenta, a principios del XVI, tenían un cúmulo de privilegios que hubo que ratificar y respetar prácticamente hasta el final de su existencia, en 1864.

-En su obra literaria es recurrente la conexión histórica de Galicia con los países lusófonos. ¿Por qué ha dejado de explorarse esa vía?

-A mí es un tema que me apasiona y parece que muchos no se dan cuenta de que la proyección de Galicia no solo tiene que dirigirse a determinadas latitudes. Nuestra proximidad lingüística nos concede unas capacidades enormes ante millones y millones de habitantes. Pero siempre despreciamos lo nuestro. No hay que olvidar que Galicia y el primer Portugal, «a primeira tarde portuguesa», como dicen ellos, nace a mediados del siglo XII de la escisión de una familia, la de Alfonso VI, tras el matrimonio de su hija Urraca con Raimundo de Borgoña, y de su hija Teresa con Enrique de Besançon, padres del que sería el primer rey de Portugal. Por lo tanto, hay un primer corte familiar. Porque antropológicamente, como mínimo hasta más allá del Duero, no somos más que una continuación. Eso es una realidad histórica, no es un invento. Los mismos romanos lo reconocieron así. Y el reino suevo. Nos negamos a nosotros mismos como muchas veces negamos nuestros valores como españoles. Un país que ha tenido un devenir como el nuestro, que ha tenido que crecer hacia el mar: ellos hacia África, hacia Asia; nosotros hacia Flandes, Nápoles, el Milanesado... Pero eso no se ve. En un vecino no se ve de la misma manera que en otros a los que admiramos por haber hecho una gran aventura marítima o imperial, cuando resulta que entre Portugal y España hemos dominado el mundo, y probablemente para tener futuro tengamos que recuperar buena parte de esa unión.

-¿Su galleguismo en un cuerpo centralista como la policía ha generado suspicacias en su entorno profesional?

-Sí, ha habido algunas, pero no en Madrid. Aquí. Hay personas que entienden que defender los valores propios de tu tierra va en contra de los del resto. Y eso lo que demuestra es estrechez de miras y poco más. Puedes ser un gallego profundo, como creo que yo soy, y no por ello renegar de una nación de naciones como España o de tu herencia europea. Como la mayoría, no debe renunciar a su cultura cristiana, y para ello no necesita ser católico practicante.

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Por Montse Carneiro + fotografías de Vítor Mejuto