Espionaje pronazi en Lugo

Por Miguel Cabana

SANTIAGO

Manfren Schoffer integró un grupo de aviadores militares alemanes que vivieron ocultos en Galicia y volaban en aviones civiles españoles para localizar barcos aliados que luego hundían los submarinos

20 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Se descubrió por casualidad, como los grandes inventos. Durante 60 años pasó oculto para los historiadores y fue uno de los actores -ya anciano- quien reveló que los ejércitos de Hitler, con la colaboración de Franco, establecieron en Galicia un sistema para espiar los convoyes de barcos americanos o aliados que navegaban por el Atlántico durante la Segunda Guerra Mundial. Ese protagonista y testigo es Manfred Schoffer, un alemán de Pforzheim que durante la contienda vivió en Lugo y se dedicó junto a un grupo de aviadores de la Luftwaffe a espiar el Atlántico desde aviones cedidos para tal fin por la Administración de Franco. Su misión era detectar barcos de todas las flotas aliadas y especialmente los que venían desde América con material de subsistencia o armamento. Los aviones estaban preparados para ellos en la pista de Lavacolla (Santiago) -entonces un humilde aeródromo sin hangares- y los pilotos transmitían la información desde el hotel Méndez Núñez de Lugo, donde vivían. Cada vez que descubrían algún convoy de barcos transmitían dicha información a la jefatura de Berlín, que la reenviaba de inmediato a los submarinos alemanes para que fuesen a hundirlos.

El sistema eran tan simple que por ello pasó desapercibido hasta hoy. Los historiadores ya lo saben casi todo sobre la red de espionaje alemana Sofindus en Galicia durante la Segunda Guerra Mundial, sobre las entradas de submarinos en la ría de Vigo incluso para reparaciones, los abastecimientos en el buque tanquero Bessel en plena ría, el colegio alemán y sus actividades, el trasiego de wolframio... Pero ningún estudioso ha podido datar hasta ahora los vuelos de espionaje sistemático desde territorio gallego con pilotos de la Luftwaffe camuflados como españoles.

La confesión

El descubrimiento casual se produjo en Lugo. Con casi 90 años, Manfred Schoffer viaja a la ciudad de la Muralla para asistir al entierro de su amigo Francisco García-Bobadilla, propietario del hotel Méndez Núñez, con quien mantenía una estrecha relación desde que había sido huésped suyo durante la Segunda Guerra Mundial. Schoffer se queda unos días con la familia, y uno de los hijos, Paco, me pide que los acompañe para mostrarles las viejas torres alemanas del radiofaro Consol que por aquel entonces aún se conservaban en pie en Arneiro, Cospeito. Durante la visita a las instalaciones, al ser preguntado por los motivos de su estancia en Galicia en aquellos duros años de la guerra mundial, Manfred realiza una sincera confesión que había mantenido oculta más de 60 años.

Con Paco García-Bobadilla como testigo, Manfred Schoffer explica su interés por la aviación desde muy joven y su posterior reclutamiento por la Luftwaffe. Recuerda el día que lo derribaron cuando sobrevolaba Crimea y los meses que sobrevivió como prisionero en un campo de concentración ruso. Salió de allí gracias a un intercambio de prisioneros. Para que se recuperara de sus heridas, el mando alemán lo envió a Galicia, en donde se encontraba su padre, experto en metales, participando en el montaje del radiofaro Consol de Arneiro. Pero no solo lo enviaban para descansar. Manfred se integró en un grupo secreto de oficiales de la Luftwaffe que se hospedaban como civiles en el hotel Méndez Núñez de Lugo. Varias veces a la semana y en parejas formadas por un piloto y un observador, viajaban hasta Santiago, desde donde despegaban en aviones Junker de uso civil que oficialmente pertenecían a la Administración franquista. Seguían rutas calculadas sobre el mar en busca de barcos aliados, y en cuanto avistaban alguno mantenían el rumbo para no levantar sospechas. Pero pasada una hora aproximadamente, los alemanes calculaban una ruta de vuelta que obligatoriamente los haría pasar de nuevo sobre los buques enemigos. Aunque parecía el vuelo rutinario de un avión civil español sobre el Atlántico, en realidad los pilotos nazis estaban tomando las dos marcas de un convoy de barcos con una hora de diferencia para calcular con exactitud su velocidad y su rumbo. Obtenidos estos datos, piloto y observador volaban a toda velocidad hacia Lavacolla, donde aterrizaban y dejaban el avión Junker para emprender viaje en coche hacia Lugo.

en un hotel de lujo

En una de las lujosas habitaciones del Méndez Núñez, los alemanes disponían de un aparato de radio de onda larga con el que transmitían al cuartel de mando de Berlín el número de barcos que formaban el convoy, su tipo, rumbo, velocidad, escolta y demás detalles. En cuestión de minutos todos estos datos eran retransmitidos en clave a los submarinos que operaban en el Atlántico. Rápidamente aquellas «manadas de lobos», como gustaba llamar a las flotillas el almirante Doenitz, encontraban los buques, los torpedeaban y hundían, gracias a la información que Manfred y sus colegas enviaban en secreto desde un hotel de Lugo. A principios de 1945, el hoy anciano se incorporó a la defensa final de Berlín, y allí sobrevivió a los últimos días de guerra y a la toma de la ciudad por los aliados.

Sesenta años después, al volver a Lugo, Manfred se mostró sorprendido de que la organización de aviones camuflados no se hubiese descubierto y le pareció que había llegado el momento de hacerlo. Porque él era un mandado, explicó, y nada tiene que ocultar. Además, su vida entonces era mucho más fácil volando un supuesto avión civil de un país teóricamente neutral que combatiendo en un caza alemán a metrallazo limpio tras las líneas enemigas.

En su vida privada Manfred nunca perdió la vocación aérea y se mantuvo como piloto en activo hasta que le caducó su licencia en Alemania. La renovó algún tiempo más en Suiza y siguió volando allí con más de 80 años. Ahora, pasados los 90, ya no puede. Pero vive intensamente sus horas de ocio, como todas esas personas que sobrevivieron al horror.