«La fórmula del Tumba Dios es secreta y se morirá conmigo»

SANTIAGO

El hostelero, ahijado de Quiroga Palacios, dejó el seminario para expender un licor que bebieron muchas promociones estudiantiles y era «más famoso que el Apóstol»

20 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En los años 40, como muchos taberneros ourensanos, los padres de Eligio vinieron a Santiago a vender vino. El niño tenía dos meses. ¿Se acuerda del traslado? «¿Acordarme de...? Venga, hombre». La rúa de San Francisco acogió la primera tasca de los Sobrino, un apellido que ya ostentaban dos familias en Compostela. Eligio vio su primer encerado en la escuela de Milagrosa, y los siguientes en los colegios España, Doña Isaura y Hermanos de Escuelas Cristianas. En el España tuvo una maestra ciega: «Era ciega pero parecía recobrar la vista cada vez que te pegaba, porque acertaba siempre y no sé como lo hacía».

De ahí, al Seminario, en San Roque. ¿Con vocación? «¿Vocación? ¿Tú sabes lo que es eso?», responde. Los compostelanos lo vieron desfilar muchas veces con sotana, fajín, esclavina y bonete junto a sus coleguillas. «Nos llamaban cuervos», rememora. El cardenal Quiroga Palacios, que había sido párroco de Razamonde, no le perdía de vista. Lógico: Eligio era su ahijado. Y los padrinos suelen regalar cosas: «El cardenal no era hombre de regalos. Me llevaba a comer al palacio arzobispal».

Estudió en Peleteiro y en el instituto, se hizo graduado social y luego químico industrial. A los 24 años pasó a trabajar en el café-bar Sobrino, que posteriormente se iría a la Rúa do Vilar. «El bar se abrió por Quiroga Palacios. No nos daban permiso y él mandó a su hombre don Camilo a A Coruña a buscarlo. Obviamente, lo trajo. El cardenal asistió a la inauguración del local». En el 68 pasaría a la historia como Tumba Dios.

La génesis de la nueva etapa la inició una estudiante de Biolóxicas, Julia, que pidió una bebida determinada y, con alegría a raudales, se fue al club Universitario, en donde bailó sobre una mesa. Sus amigos la interrogaron sobre el brebaje. «No sé lo que es, pero tumba a Dios», respondió la chica. Al poco, toda la panda se presentó en el Sobrino y pidió «tumba dios». Sonaba a blasfemo, y la madre de Eligio los echó a todos. Pero pronto se resignó a escuchar el blasfemo nombre, que empezó a sonarle a gloria cuando se convirtió en un buen negocio. «El Tumba Dios cobró mucha fama, más que el Apóstol, y había forasteros que venían a tomar el tumba antes de postrarse en la Catedral».

Pronto se extendió la bebida, que Eligio registró sin falta, y se vendía tumba dios en Vigo, A Coruña, Ribeira, Noia, Lugo, Ourense, A Pobra, País Vasco, Salamanca y Asturias. Un grupo de rock de Cáceres le pidió permiso a Eligio para denominarse Tumba Dios. Pero ningún combinado tenía el sabor y glamur del licor compostelano: «La gente sabe que tiene licor café y aguardiente. Pero hay algo más. Como la coca cola. La fórmula no la voy a revelar. Es secreta y lo será hasta que yo muera». El Tumba a la tumba. «Sí, desaparecerá conmigo. Ya pasó a la historia de Santiago».

De su licor se enamoró el artista y escritor japonés Munihiro Ikeda («aún mantengo contacto con él», confiesa Eligio) o el armador griego Taskos, que quiso comprar Astano. «El local siempre estaba lleno, abarrotado. Las promociones de estudiantes, desde el 68 hasta el cierre, alegraron sus vidas con el Tumba Dios». Un día, por razones de fuerza mayor, Sobrino desapareció de la Rúa do Vilar. Era el año 1996. Se trasladó a San Pedro de Mezonzo, pero no era lo mismo. Tres años más tarde, a la muerte de su madre, Eligio le puso candado eterno al local, al licor y a las copas con el pie amputado que albergaron la bebida: «Nos robaban muchas. Cada año había que comprar tres cajas, o sea, 144 copas». Ahora Eligio ya no lo lamenta.