Una mujer con depresión crónica: «El infierno estaba dentro de mí»

Raúl Romar García
r. romar REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

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Eva, en fase de superar su depresión, tocó fondo hace tres años: «Mi vida estaba en el filo de la navaja»

02 oct 2019 . Actualizado a las 18:22 h.

En la quiniela de la vida a Eva le tocaron la mayoría de las papeletas para ser feliz. Buena estudiante, criada en una familia estable y acomodada, con un buen trabajo en la empresa familiar, amigos, un marido y una hija a la que adora. Era una privilegiada. Pero bajo el cielo aparente se escondía un infierno en su interior. El enemigo estaba dentro. Era ella misma. Ella y su depresión, con la que ha convivido buena parte de su vida sin decir nada a nadie. «Durante muchos años sufrí la enfermedad en silencio», reconoce. Tiene 42 años y le diagnosticaron el trastorno a los 32, aunque todo había empezado mucho antes. Fue ya en la universidad cuando algo, sin aviso, empezó a cambiar. Cansancio, agotamiento, desánimo, la autoestima por los suelos, dolores en la espalda, problemas cognitivos... Y empezó un largo peregrinaje por los médicos que se convirtió en una pesadilla. «Tú tienes anemia, tú no tienes nada o tus dolores son medio inventados, me decían». Fue el mensaje machacón que recibió durante mucho tiempo, sin que nadie llegara a atisbar su mal.

«He recorrido muchos médicos -confiesa-, tanto de la sanidad pública como de la privada y nunca nadie en algún momento me dijo: ‘Esto parece una depresión, debes visitar al psiquiatra’. Jamás». Desesperada, buscó en Internet una respuesta. Y ahí se encontró con un test para la depresión. «Lo hice, de los diez síntomas que ponía, los tenía todos». Sin demora se plantó en la consulta de un psiquiatra. «A los cinco minutos -explica- me dijo que tenía una depresión severa, que había llegado demasiado tarde y que mi enfermedad se había cronificado. Y me dio mucha pena, porque yo sí había pedido ayuda».

Entonces tenía 32 años y se enfrentaba a una situación muy crítica: «No dormía, no comía, me alimentaba a base de cafés. Llegué a pesar 40 kilos, con 1,63 centímetros de altura. Estaba casi anoréxica, con una delgadez extrema». No fue lo peor. Lo peor seguía ahí dentro, con los demonios en su cabeza. «Tus pensamientos -dice- son rumiantes, estás pensando todo el día, constantemente, que no sirves para nada. Tu autoestima está por los suelos, completamente destrozada, no eres digna de ser hija de tus padres, de ser madre de tus hijos, de tener una pareja, de tener el trabajo que tienes... Te bombardeas constantemente con estos pensamientos».

Estaba paralizada y hundida y seguía sufriendo en silencio. Solo le pidió a su marido, del que acabó separándose, que la acompañara al psiquiatra. Nadie más sabía nada. Después de recibir el diagnóstico, por su familia, por su hija, estaba dispuesta a luchar. A seguir adelante, pese a que le medicación que le habían dado era muy fuerte. «Nunca -admite- dejé de trabajar. Siempre intenté llevar una vida lo más normal posible, a pesar de que mi infierno personal estaba dentro de mí». 

«Golpea tu voluntad»

De cara al exterior tampoco había cambiado nada, porque nunca abandonó su rutina. «Yo trabajaba -relata- en una empresa de mi familia que me permitía licencias que en un trabajo normal no, como llegar tarde». No resultaba fácil porque «la depresión golpea fundamentalmente tu voluntad». «Entonces -añade-, aunque seas la persona más constante del mundo, eres incapaz de hacer cosas tan básicas como levantarte, irte a la ducha, vestirte...».

El primer año de tratamiento farmacológico le fue bien, pero fue un espejismo. Su enfermedad se convirtió en una depresión recurrente, con muchos altibajos, aunque la mayor parte del tiempo estaba en el pozo. La medicación ya no le hacía efecto. Tocó fondo a finales del 2015: «Tuve que cogerme una baja porque ya no podía más. Notaba que mi vida estaba en el filo de la navaja. Tenía un cansancio físico y mental, un agotamiento tremendo y una conducta totalmente antisocial. Me metía en casa, no quería salir, no quería hablar con nadie. Era como si te levantaras todos los días con una mochila de piedra de treinta kilos en tu espalda».

Los pensamientos rumiantes ya no la abandonaban en ningún momento. «Tu mente te lanza mensajes negativos las 24 horas del día, los 7 días a la semana. Sientes que no sirves para nada y los pensamientos de muerte están siempre en tu cabeza, rondando constantemente. Recuerdo que a veces me despertaba por las mañanas, abría los ojos y me decía: ¡Oh, Dios! Otro día más viva, no puede ser, yo no quiero abrir más los ojos». En su caso particular, y pese a los fantasmas que la acosaban, nunca intentó suicidarse porque tenía algo más fuerte que la agarraba a la vida: su hija. Pero sí admite que «cuando sientes que el mundo es el infierno, que la vida pesa tanto que no puedes con ella, y esa es tu realidad cada minuto del día, hay personas que no pueden sobrellevarlo y creen que la muerte es el único medio para terminar el dolor».

Por eso le molesta que en el imaginario colectivo aún se confunda estar triste con estar deprimido, cuando «no tiene nada que ver» y que la enfermedad se siga asociando exclusivamente a tener un problema. «Hay -lamenta- mucho desconocimiento aún, incluso dentro de los propios médicos. Tú puedes ser una persona completamente normal, con trabajo, una casa, una familia, que no te falte absolutamente de nada y, sin embargo, malvivir en tu día a día».

Eva lleva algo más de año y medio sin ninguna recaída, «lo que hasta ahora nunca había pasado». Fue ella la que dijo basta, la que volvió a buscar por su cuenta una solución a su patología, ante la que ningún fármaco respondía. La encontró en el Centro de Estimulación Cerebral de Galicia, donde se aplica de forma pionera la terapia de estimulación magnética transcraneal, que estimula de forma localizada las zonas del cerebro sobre las que actúa la depresión. Sabía que se había creado en la Universidad de Harvard, por lo que cuando se enteró que se había introducido en A Coruña quiso probar suerte, pese a que no tenía otras opiniones de pacientes en España. «Iba con miedo», reconoce. Pero funcionó. «Mi cerebro cambió después de la terapia. Para mí -dice- fue como un renacimiento. Pasé de estar muerta en vida a estar simplemente viva, con ganas de hacer cosas». Ella, por su posición económica, se lo pudo permitir. Otros no. Por eso lanza un mensaje: que la sanidad pública dedique recursos para atender a los pacientes con depresión. Cualquiera puede caer. Y, con ayuda, también se puede salir.