Política y salud

Enrique Castellón
Enrique Castellón LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

02 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es archisabido que el nivel de salud de una sociedad tiene más que ver con la educación y el medio ambiente que con la genética de los individuos y, no digamos, con la atención sanitaria. Y también que, actuando con energía sobre determinantes socioeconómicos básicos (especialmente en la primera infancia) la expectativa de vida con buena salud es mucho más elevada.

En otras palabras, el bienestar de las personas constituye un todo y las políticas que tratan de promoverlo no son efectivas si se dirigen por separado a las partes de ese todo como si fuesen independientes.

Sin embargo, esto es lo que sucede y nadie parece tomar nota. Esta fragmentación se hace evidente en períodos electorales cuando las promesas se desgranan por categorías separadas. Para la sanidad se piden más medios (lo que por debajo de cierto umbral podría tener sentido) pero nadie se pregunta si los problemas de salud para los que se reclaman esos medios podían haber sido evitados en primer lugar por medio de otras políticas. Los responsables de sanidad, por ejemplo, deberían preocuparse cuando se recortan recursos en educación para incrementar los de la asistencia sanitaria o simplemente para mantenerlos. Pero no lo hacen cuando la realidad es que con ello se materializa la paradoja de que se reduce la capacidad de prevenir enfermedades con objeto de tratar las consecuencias derivadas de esa falta de prevención. Podría aplicarse el mismo argumento al medio ambiente, la alimentación (epidemia de obesidad) o a la pobreza.

Por otra parte, sea cual sea la financiación de la sanidad hay que tratar como sea de utilizar correctamente los medios disponibles. Y de ofrecer la mayor calidad. Pero eso no resuelve la contradicción de base. ¿Por qué no se ve?

Fundamentalmente porque un esfuerzo sostenido y profundo cuesta más que una acción que rápidamente parece producir resultados. Esto no es exclusivo de los políticos, también la sociedad se mueve con una escala de valores similar. Revertir esta situación implica integrar las políticas de bienestar y asignar recursos utilizando criterios de eficacia y eficiencia con una visión a largo plazo. Como quiera que resulta políticamente complicado reducir de un lado para crecer en otro (ya señalaba Maquiavelo que los beneficiarios apoyarían poco pero los perjudicados se harían notar), no queda más remedio que trabajar en el margen.

No parece evidente que se vaya a ir por ese camino. Es obvio que los impactos (de nuevo, aparentes) inmediatos obtienen recompensas económicas (tal vez ahorros a corto plazo) y políticas, mientras que prevenir con un horizonte temporal lejano es una tarea ingrata. Pero por muy humano que sea este sesgo, la sociedad no se lo puede permitir. Llegará un momento, si no lo la hecho ya, en que los números no salen.

Enrique Castellón es médico y economista