Cementerio de chucrut

José Luis Losa ESPERANDO A MATERAZZI

RUSIA 2018

BENJAMIN CREMEL | AFP

28 jun 2018 . Actualizado a las 13:33 h.

Y Alemania padeció esa quiebra en la integridad de un estado que es la pérdida colectiva de la inocencia. Los germanos, hasta ayer, volvían victoriosos de las guerras del fútbol. O retornaban tras una gran campaña que los dejaba caídos con honores en la final o a lo sumo en semis. En todo caso, héroes. En Rusia, el país ha vivido su Vietnam. Nadie entendía qué se les perdía en ese combate en que se confina cualquier partido contra los coreanos, quienes entienden que la entrada a destiempo y a la tibia del rival es un arma secreta. Se agrietaban los alemanes entre aquella selva de juncos salvajes, las piernas martillo de los asiáticos. El apocalipsis se reflejaba en sus rostros anonadados, como inyectados en opio. Kroos y Özil miraban hacia arriba pero no veían el cielo abierto, sino un ventilador de claustrofobia pendiendo sobre sus ofuscadas cabezas. This is the End. Humillados, salieron en estampida de la arena de Kazán, en maldita cabalgata de las walkirias. Serán recibidos en su retorno con un rechazo como el que hallaron los veteranos de Vietnam. Atención a esos veinte john rambos que nada más descender del avión en Berlín conocerán el implacable síndrome de Corea. Más que en Arlington, los restos de estos futbolistas en tostadera serán enterrados en un cementerio de chucrut.

Este mundial es una sucesión de habitaciones del pánico controladas por un deus ex machina inventor de tortuosos cliffhangers, recurso narrativo donde se esconden sucesivas situaciones límite al fin de cada capítulo. Viajamos en la montaña rusa de un episodio de Perdidos. Vemos a Messi, a Cristiano, a Isco, James, Granqvist o Memo Ochoa fenecer cada atardecer para reaparecer redivivos, como devueltos del marciano corazón del bosque. Salvo Neymar, que se extravía llorando en la floresta y se lo come una planta carnívora. Pero el guion de este frenesí es tan paranoico, tan lisérgico, tan eufórico y high, tan ciclotímico y amapola blanca, que casi juraría que quien maneja los hilos no es J. J. Abrams, sino Maradona en trance. O su negro.