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El décimo hombre

David Bonilla

OCIO@

Hugo Tobio

La mejor manera de estar preparados para lo inesperado es introducirlo en nuestros procesos de decisión

17 ago 2022 . Actualizado a las 20:56 h.

Mi compañero Agustín puede ser un grano en el culo. La típica persona que nunca está de acuerdo cuando el resto ha llegado a un consenso. Lo que pocos saben es que la habitual oposición de Agus es premeditada y que, con la misma, no pretende socavar las decisiones del equipo sino todo lo contrario.

Agus cree en la Regla del Décimo Hombre, que aparece en la película Guerra Mundial Z, basada en la novela homónima de Max Brooks:

Si ante la misma información, nueve personas llegan a la misma conclusión, el décimo hombre está obligado a disentir y —por inverosímil que pueda parecer— indagar, dando por supuesto que los otros nueve se equivocan.

Los órganos de decisión colegiados tienen muchas cosas buenas y algunas no tantas como, por ejemplo, el «pensamiento de grupo» o groupthinking, la tendencia a adoptar la primera propuesta por el deseo de alcanzar un consenso. El Décimo Hombre es una táctica perfecta para evitar estos sesgos de grupo.

Con un poco de suerte, alguien habrá dejado de leer este texto para tuitear que en el Comité Ejecutivo de una compañía cotizada con casi 1.500 empleados se usan tácticas de toma de decisiones extraídas de una película de zombies. Sería glorioso, pero desgraciadamente, La Regla del Décimo Hombre tiene una base real.

El «abogado del Diablo» o advocatus diaboli era el apelativo popular con el que se conocía al encargado de objetar, exigir pruebas y descubrir errores en la documentación aportada para demostrar los méritos del presunto candidato a los altares como beato o santo, en los procesos de canonización de la Iglesia católica.

La figura fue suprimida por Juan Pablo II que, en los 27 años de su papado realizó casi 500 canonizaciones frente a las 98 de los siete papas que lo precedieron, lo que demuestra la efectividad de la misma.

Y sí, es cierto que Israel adoptó una figura similar, el Departamento de Revisión u «oficina del abogado del diablo» del AMAN o Servicio de Inteligencia Militar, encargada de que las diferentes opiniones lleguen a los que toman las decisiones.

El mayor obstáculo a la implementación del Décimo Hombre no es su integración en un proceso de decisión, sino la falta de tolerancia a la divergencia dentro de las organizaciones.

El problema de la Regla del Décimo Hombre es que, aunque lógica en teoría, en la práctica es compleja de implementar.

No hace falta que un órgano de decisión conste de 10 personas para hacerlo, simplemente que una asuma la responsabilidad en caso de consenso generalizado, pero ¿quién exactamente? ¿Debería ser siempre la misma persona o un rol rotatorio? ¿Dónde se traza la línea entre la discrepancia constructiva y la suspicacia molesta? ¿Cuánto debe explorarse un argumento extravagante antes de ser considerado una pérdida de tiempo?

Pero el mayor obstáculo a la implementación del Décimo Hombre no es su integración en un proceso de decisión, sino la falta de tolerancia a la divergencia dentro de las organizaciones. ¿De verdad estamos preparados para que se cuestionen nuestras decisiones? ¿Asumiremos con humildad la lección aprendida si los argumentos de un Décimo Hombre acaban echando abajo una decisión consensuada o nuestro ego herido nos impedirá darle la razón? Agustín ha comentado en varias ocasiones que siempre se siente al borde del despido.

Pero lo cierto es que nadie debería ser despedido por discrepar con una opinión. Para funcionar como un verdadero equipo no es necesario que todos estemos de acuerdo con todas las decisiones que se tomen, sino que una vez tomadas, las asumamos como propias.

Más allá de la Oficina del Abogado del Diablo, cuando los estadounidenses estudiaron el funcionamiento de la Inteligencia Israelí para identificar buenas prácticas que pudieran adoptar, lo que más les chocó fue la cultura de transparencia, que permitía que los subordinados expresaran diferentes opiniones sin recibir sanción por parte de sus superiores.

Uno de los lemas del AMAN es «freedom of opinion, discipline in action». Si una organización tan jerárquica como el ejército la permite para obtener ventaja sobre sus enemigos, quizás en la nuestra también deberíamos admitir una sana discrepancia.

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