Un día sin internet: lo que el apagón reveló sobre la adicción digital de los más jóvenes

RED

Muchos adolescentes vivieron el corte eléctrico del pasado 28 de octubre con preocupación y ansiedad al verse privados de su principal medio de comunicación y ocio
09 may 2025 . Actualizado a las 13:14 h.Uno de los temas que más preocupa en esta sociedad tecnológica e hiperconectada es la fuerte dependencia de todos los ciudadanos a los dispositivos móviles y la necesidad de estar permanentemente comunicados. El apagón del pasado 28 de abril sirvió para recordar a los nacidos en el siglo pasado lo que era vivir sin llevar encima un aparato con el que poder comunicarse en cualquier momento; y a los más jóvenes para descubrir que se puede pasar un día entero sin red. Pero, ¿cómo lo llevaron estos últimos, que no conocen una vida sin móvil? «Vivieron la jornada como algo estresante y agobiante», cuenta la pedagoga María Cuartero. El día después de la crisis eléctrica, tuvo una sesión con adolescentes donde la contaron que «el desconcierto les generó miedos»: ¿Qué iba a pasar con sus datos? ¿Qué iba a pasar con la información que habían enviado? ¿Cómo iban a ponerse en contacto con sus mejores amigos? ¿Estarían bien sus padres y su familia? ¿Cuándo iban a volver a poder usar su teléfono móvil? Son algunas de las preguntas que les surgieron durante esas horas en las que sus teléfonos no funcionaban. «Se sintieron realmente ansiosos y preocupados, afloraron miedos en los que muchos imaginaron cómo tambaleaba sus habilidades sociales», subraya esta experta que cree que la sensación que ella y otros profesionales observaron es que esto provocó un refuerzo en ciertas conductas como la utilización excesiva de los dispositivos.
Y es que, pasada la ansiedad inicial por la imposibilidad de acceder a sus redes sociales y mensajes, los menores empezaron a ser conscientes de que no era un corte puntual, sino que pasaban las horas y seguían desconectados. Y se produjo lo que Rocío Fernández-Durán, responsable del departamento de Orientación de Colegios RC España, llama un aislamiento paradójico: «aunque el phubbing en sí mismo genera aislamiento en presencia de otros, la desconexión total pudo haber intensificado la sensación de estar fuera del mundo digital». Este experta se refiere a un término acuñado en el año 2012 por una agencia de publicidad australiana para referirse al acto de ignorar a las personas de alrededor por estar pendientes del teléfono. El término phubbing surge de la unión de dos palabras del inglés, phone (teléfono) y snubbing (despreciar). Pero este hábito de ignorar al otro por estar focalizando toda la atención en un dispositivo no es exclusivo de los adolescentes: «Los adultos seguimos señalando y criticando a los adolescentes cuando no tomamos medidas de ningún tipo», reflexiona Cuartero.
Pero no hay mal que por bien no venga, opina Fernández-Durán, que asegura que la falta de electricidad tuvo cosas positivas que se convirtieron en oportunidades, y cita especialmente dos: una forzada de interacción real, «sin la distracción de las pantallas se vieron obligados a interactuar con las personas que les rodeaban»; y otra indirecta: «tuvieron que pasar más tiempo a solas que, usado intencionadamente, puede ser bueno para la reflexión personal». Un evento como un apagón generalizado «tiene el potencial de ser un catalizador poderoso para la reflexión», añade. Al verse forzados a desconectar, muchos jóvenes experimentaron conciencia de la dependencia, redescubrimiento del entorno real, valoración de la interacción cara a cara, diferente percepción del tiempo y, en general, un redescubrimiento de lo analógico: «sin pantallas, las personas se ven impulsadas a buscar otras formas de ocupar su tiempo. Esto puede llevar al redescubrimiento de actividades como conversaciones cara a cara, juegos de mesa o cartas, lectura y actividades al aire libre.
Solo un día desconectados
Pero la cuestión ahora es si un día desconectados es suficiente tiempo para que estos hábitos se mantengan en el tiempo. «Si se regulase el uso de las pantallas de forma generalizada los adolescentes se harían a ello», sostiene María Cuartero, y reconoce que «al final, somos los adultos los que permitimos e invitamos a que hagan un uso excesivo de las tecnologías». En su opinión, la sustitución de libros de texto por ordenadores en los ámbitos escolares fomenta el uso de las tecnologías a todas horas, mientras que en casa «algunas familias evitan poner límites para no tener problemas, cuando lo que ocurre es justamente lo contrario». Por eso, la pedagoga está convencida de que «educando en un buen uso de las tecnologías, utilizándolas de forma responsable y, por supuesto, dando ejemplo», se podría acabar con esta dependencia. «Regularlo mediante un decálogo familiar en el que se pongan las normas del uso de las tecnologías en casa hará que la vida familiar sea más armónica», destaca. Esta profesional de la educación apuesta por poner una edad para que los menores accedan a un dispositivo propio, y habla no solo de móviles, sino también de tabletas o relojes inteligentes. Y además, propone medidas en el ámbito educativo, dar un paso atrás y regular el uso de las pantallas dentro de los centros: «Hemos normalizado que niños y niñas de primaria vean vídeos de Youtube en clase, ¿qué tipo de sociedad estamos creando?», se pregunta. «Generar posibilidades, experiencias reales y manipulativas, les devolvería una reconexión con ellos mismos».
En cualquier caso, el apagón masivo sufrido en España puede ser un buen punto de partida para abordar la dependencia tecnológica de manera responsable. Para Rocío Fernández-Durán, una forma de hacerlo es a través de la reflexión: «iniciar conversaciones familiares sobre cómo se sintieron durante el apagón, qué hicieron, qué descubrieron y si hubo algo positivo en la desconexión forzada». Además, se puede aprovechar para el «reseteo» de hábitos, para establecer nuevas normas y rutinas en relación con el uso de la tecnología, involucrando no solo a los jóvenes sino a todos los miembros de la familia; fomentar las actividades offline redescubiertas, crear zonas y momentos «libres de tecnología» conscientes o practicar la «presencia plena», animando a los adolescentes a estar completamente presentes en las interacciones y actividades, dejando de lado la tentación de revisar el teléfono constantemente. «En definitiva, buscar un equilibrio, no la prohibición total», afirma la orientadora: «el objetivo no es demonizar la tecnología, sino enseñar a usarla de manera consciente y equilibrada, recordando los beneficios de la conexión real experimentados durante el apagón.