Magia, masturbación, dinero español y Elon

David Bonilla

RED

Hugo Tobio

Una reflexión sobre algunas de las conversaciones más habituales del momento

07 dic 2022 . Actualizado a las 10:20 h.

La semana pasada estuve actualizando mi curriculum online en Manfred. La web funcionaba «bien», pero no pude evitar tomar un montón de notas sobre pequeñas mejoras en la experiencia de usuario que podrían conseguir que fuera «mejor».

Por ejemplo, que al añadir una charla o ponencia con un enlace a la misma en alguna plataforma de video como YouTube, Flickr o Vimeo, en vez de poner una miniatura de la misma embebamos el reproductor para que pueda reproducirse sin salir del CV. O que en los campos de texto se vea en tiempo real el estilo —negrita, listas, encabezados— que apliquemos al mismo. O que el HTML tenga marcado semántico para que, si alguna vez alguien se le ocurría poner en Google «¿Cuándo cumple años David Bonilla?» el buscador sea capaz de devolver la fecha exacta y, también, redirigiera a nuestra página en vez de a cualquier otra.

La típica magia bajo el capó de un producto digital que nadie ve, pero que consigue que el usuario sienta que todo va «sobre ruedas». Que la interacción con el mismo es cómoda y agradable.

Y no es que sea precisamente informática cuántica. Dotar a nuestro software de esa capacidad de hechizar es solo cuestión de tener más manos y más tiempo para pulir nuestro software. En definitiva, más dinero. Es el mismo tipo de magia que conjuraban en Twitter para mantener el peso de su app móvil por debajo de los 10MB y que esta se descargara rápidamente; o reducir hasta un 40% el ancho de banda que consumía la misma, comprimiendo todas sus comunicaciones.

La misma magia que hace que volvamos todos los días a Twitter, a pesar de que —como más de uno asegura— la red social «no ha sacado nada» en varios años.

Es cierto que ese nivel de refinamiento y optimización no es estrictamente necesario y —llevado al extremo— puede alcanzar el onanismo técnico, pero en un mercado globalizado y donde el acceso a la tecnología se ha democratizado, son los pequeños detalles —esa magia o salsa secreta— los que pueden hacer que la balanza se decante entre una empresa u otra. Competir con todas las ventajas que el dinero pueda comprar no tiene nada de paja mental de un puñado de ingenieros mimados. Es la estrategia del que juega para ganar, cueste lo que cueste.

Nosotros tampoco hemos sacado nada últimamente. O sí. Cuando empezamos el año, solo podías enviarlo a través de un simple formulario en Typeform que apenas completaban un 22% de las personas que lo empezaban. Cuando implementamos el registro y mantenimiento en nuestra propia web, ese porcentaje aumentó hasta el 40%, casi el doble. Puede que eso haya tenido algo que ver con que este año hayamos DUPLICADO el número de manfreditas que conseguimos en los tres anteriores juntos.

Y aunque parece que ese registro y mantenimiento funcionaba «bien» hemos seguido echando paladas de trabajo al mismo para que funcione «mejor». El resultado: aumentar la conversión hasta el 50%.

Acometer ese esfuerzo antes de lanzar nuevas y awesómicas funcionalidades puede verse desde fuera como una estupidez propia de profesionales malcriados que se empeñan en construir una catedral de código —por el simple placer de hacerlo— en vez de preocuparse por las necesidades de sus feligreses, pero con un volumen medio de 1.000 registros al mes, ese aumento de un 10% en la conversión supone 250 manfreditas más al mes.

Puede parecer una cifra modesta, pero asumiendo que un perfil profesional completo tiene un valor de alrededor de 50€, supone crear un activo por valor de 12.500€ cada mes. Por supuesto, más de uno dirá que ese valor es «una fantasía» y yo nada más que un crio jugando a los empresarios, pero en mi mundo no es así.

En mi mundo, la magia existe.

Sin embargo, desde que Elon Musk compró Twitter esa magia ha sido despreciada sistemáticamente por inversores y VCs, las personas que tienen la llave de la financiación del Internet patrio y —por tanto— los que deciden qué proyectos salen adelante y cuales no. Dan por hecho que la escabechina que ha hecho el sudafricano, despidiendo a miles de empleados, está «bien» según dos argumentos un tanto peregrinos: que Twitter pierde dinero —igual que un montón de empresas del NASDAQ, como MongoDB, Snowflake o Splunk, y la inmensa mayoría de empresas que ellos mismos financian— y que esto no se debía a que apenas capturen valor de sus usuarios sino a que tenía «demasiados» empleados.

 Es una opinión perfectamente respetable, pero también un tanto contradictoria con una de sus quejas habituales: que la inmensa mayoría de emprendedores españoles no tenemos ambición global ni nos planteamos siquiera competir con los Twitter de la vida.

Pero sí queremos. Lo que pasa es que, cuando salimos ahí fuera, ese es el nivel de detalle al que nos enfrentamos. A ingenieros haciendo filigranas para comprimir logs mientras los nuestros apenas tienen recursos para acabar un formulario a martillazos.

No hay mucho más truco detrás de la magia. Twitter no ha llegado dónde ha llegado a pesar de tener miles de empleados sino gracias a ello. Twitter no ha llegado dónde ha llegado a pesar de perder dinero durante muchos años sino gracias a ello. Igual que Tesla, o SpaceX. No deberíamos dar ninguna autoridad a las declaraciones de alguien que ha ganado esa autoridad a base de éxitos empresariales que se han gestado haciendo exactamente lo contrario.

No tengo ninguna duda de que Elon triunfará con su plan para Twitter, pero no porque encadene genialidad tras genialidad sino porque el tipo tiene dinero suficiente como para poder corregir casi cualquier idiotez que haga... y ya ha hecho unas cuantas. Esa es la mejor ventaja que puede dar la inversión a una empresa, la posibilidad de fallar sin tener que cerrar; y no parece un mal plan porque genios de verdad hay muy pocos.

Escuchar el ruido en vez de las señales sería tan estúpido y desastroso como aquel runrún que ha llevado a miles de empresas tecnológicas a organizarse en escuadrones, tribus, capítulos y gremios solo porque «Spotify lo había hecho» —independientemente de que fueras un megabanco con 200.000 empleados o una pequeña consultora de Albacete— aunque luego se destapara que la startup sueca jamás había implementado esa estructura.

Meta se ha cargado 11.000 empleados, pero en su presupuesto para 2023 el CAPEX —inversión para crear tecnología— ha subido de 32.000 a 34.000 millones, como poco. Puede que su Consejo de Administración se haya vuelto loco o, quizás, es que no sepan o puedan ganar la carrera tecnológica en la que se han embarcado sin aplastar económicamente a sus rivales.

En mayo, Y Combinator —una de las aceleradoras más famosas y exitosas de Silicon Valley— recomendó a los fundadores de sus participadas que redujeran costes y se prepararen para lo peor, pero sigue firmando cheques de 500.000 dólares a cada una de sus participadas, a pesar de que en su propia web explican que el 40% de las mismas solo tienen un Powerpoint y una maleta llena de ilusiones.

Espero que tengamos ya la madurez suficiente para no caer por enésima vez en el truco de prestidigitador —haz lo que digo, no lo que hago— con que nos suelen engañar de cuando en cuando desde Silicon Valley.

Porque mientras nosotros debatimos si Twitter, el Banco Santander o Desarrollos Informáticos Rupérez necesitan tantos técnicos, su forma de «reducir costes» no es tener menos ingenieros sino buscarlos en países donde los salarios son más bajos —como España— para contratar más por el mismo dinero. Lo sé, porque yo les he ayudado en más de una ocasión a hacerlo.

Qué sabré yo, pero a lo mejor deberíamos centrar la conversación en cómo gastar de forma más eficiente no en gastar menos porque ellos no van a dejar de hacerlo. Cuentan con la ventaja del idioma y de jugar como locales en los mercados con más potencial económico, pero si nosotros levantáramos rondas de inversión similares podríamos compensar ese hándicap con unos salarios que —por el momento— son bastante más bajos. Con el mismo dinero tendríamos más recursos. Más probabilidades de ganar.

Porque lo que aun no entiendo es cómo se puede ser competitivo globalmente con una fracción de los recursos con los que cuentan tus rivales. Eso, más que eficiencia de capital, sí que sería verdadera magia.

El lujo de tener la mejor camiseta DEL MUNDO

Cottonseeker es el proyecto de Olga Rusu, que hace un tiempo se propuso encontrar las mejores camisetas de algodón disponibles en el mercado.

Estas Navidades muchos compraréis alguna de regalo. Para ayudaros a identificar las de mejor calidad, Olga os trae un truco: mirad las costuras. Las dobles puntadas, los ribetes, las cintas que refuerzan las costuras por dentro harán que la prenda mantenga su forma más tiempo. Para más trucos y camisetas realmente BUENAS, entrad en su página web.

Si buscáis esa camiseta definitiva —una que os dure mucho, para ponérosla todos los días, como hacía Steve Jobs con su jersey negro de cuello vuelto— es muy probable que la encontréis en cottonseeker.com 

Este texto se publicó originalmente en la Bonilista, la lista de correo de noticias tecnológicas relevantes para personas importantes. Si desea suscribirse y leerlo antes que nadie, puede hacerlo aquí ¡es bastante gratis!