En un remotísimo país había una monarca que presumía de ser dueña de todo pero, como ocurre con estas personas arrogantes, estaba aprisionada en su fortaleza de engreimiento y ropajes de profunda tristeza. Pasó por allí un buhonero viticultor de la Ribeira Sacra y le dijo a los escoltas de la soberana:
—¿Puedo acceder al interior del castillo para ofrecer a vuestra reina algo muy interesante?
Los centinelas comentaron a la dama su petición y esta respondió con acritud:
—Decidle a ese intruso que tengo todas las joyas… ¡Que se marche, o soltaré a mi jauría de dogos para que lo devoren!
Enterado de su respuesta gritó el buhonero:
—¡Majestad, tendréis todas, pero os falta el rey de la dicha y la alegría total!
Oyendo esto dijo llena de curiosidad:
—Dejadle que pase hasta el salón del trono.
Al estar ante su presencia solicitó le trajeran de los serones que portaba su acémila unas botellas de vinos: albariño, ribeiro, mencía, godello, treixadura. Se los escanció en copas y se los ofreció:
—Señora, se llama vino, he aquí el rey de la alegría y con él, le ofrezco los aromas de Galicia. Si preside vuestra mesa rodeado de platos atiborrados de suculentos manjares, en esta su corte nunca faltará lo que el caldo ofrece, alegría y dicha festiva.
Dicho esto, mientras la dama cataba los vinos, sabedor de que un caldo necesita acompañamientos musical cogió una gaita que a lomos de la cabalgadura llevaba y empezó a tocar una muiñeira y entonar cantos de taberna. Al oír aquellas agradables notas y cánticos todos los presentes iniciaron un baile.
La reina, triste hasta entonces, aceptó la propuesta de buen grado y, desde aquella data, siempre hubo en su mesa vinos, preferiblemente de los cinco mejores representantes de las bodegas gallegas. De este modo reina y súbditos fueron felices, gracias al vino, el verdadero rey de la alegría.
José Reinaldo Pol. 70 anos. Quiroga.