El cuadro está colgado enfrente de la puerta de mi apartamento y me siento a menudo a contemplarlo cuando vengo de la calle. Se trata de una iglesia gótica vista desde una plaza de Noia. Cuando miro a la torre que debería estar inacabada me entra vértigo. Una desazón como la de los tullidos cuando sienten el dolor del miembro que les falta.
El cuadro tiene un toque expresionista y mi amigo el pintor le incrustó en el rosetón toda la amalgama de colores del ocaso, un sol herido en agonía escupiendo vidrio.
Era misterioso y bello. También maldito. Su pintor me lo dejó como una bendición antes de marcharse. Es el único cuadro que le habían devuelto en vida. Fue a la plaza misma para pintarlo después de observar la iglesia de San Martiño durante varios atardeceres del verano. Me decía que la muerte de su amigo Claudio cayéndose desde la torre le había cambiado la manera de mirar las cosas. Ya siempre le gustaba dejar los cuadros a medias. Insinuándose. Me mostraba el cuadro y me decía «esa torre está herida por el rayo». De esa torre que no existe se cayó el maestro cantero que la quiso terminar. Y el director de cine que la construyó en cartón piedra tuvo la misma suerte al rodar la última secuencia de «La campanada del infierno».
Dicen que él tropezó y la cámara siguió rodando desde la torre inexistente. Mi amigo le dedicó el cuadro y quiso recrear la torre como si se burlara de la muerte. Retorcido por la pena, la pintó tan inestable que cuando uno mira hacia ella se le cae el alma al suelo y se marea. También se cuenta que quien le compró el cuadro murió al poco tiempo mientras lo miraba sentado en su sofá. Pero son cuentos. Lo cierto es que ya estaba muy enfermo y su viuda se lo devolvió luego para no ahondar más en aquella pena. A mí, en cambio, me sirve de recordatorio: dejar las cosas como están.
Soy más precavido desde que tengo el cuadro. Procuro no asomarme a las alturas y siempre subo a casa por la escalera. Y, cuando entro, me siento y lo miro como si fuera un amuleto: siento que me protege y que me permite dejar las cosas sin acabar.
J. Carlos Martínez Yebra. 62 anos. A Coruña.