Después de un frio invierno, llegó el deshielo, la primavera y el verano, con un mes de agosto muy caluroso. La historia comienza con un joven gallego que trabajaba en la fábrica suiza Steinfabrik, bordeada por el paseo del lago. Era la hora del almuerzo y decidió darse un baño. Al depositar su mochila en un banco, oyó gritos de socorro de una joven que braceaba en el agua. El pensó que era broma, pero pronto se dio cuenta que estaba en apuros y oyó la voz de conciencia del Ángel de la Guarda, apremiándole. Corrió, subió al muro y se lanzó a socorrer a la figura, que por momentos se hundía en las aguas del lago. Nadó rápido los metros que los separaban, pero al intentar sujetarla, ella, aterrorizada, se agarró a su cuello y se hundieron los dos.
Bailaron un tango con la muerte. Casi sin aliento, palmeó y pateó con fuerza hacia arriba. Salieron a flote, con ella inconsciente.
Había curiosos mirando. Ya en la reserva de sus fuerzas, consiguió llegar con ella y subirla en brazos al pedregal del malecón, donde por fin la ayudaron, la depositaron en el suelo y él mismo le hizo el boca a boca hasta expulsar el agua y recuperar la consciencia.
Llegó la ambulancia, sus compañeros de oficina y algunos cotillas. Él se volvió a su banco, donde tenía su mochila y el bocadillo. Temblaba tanto que solo pudo dar un trago a la amarga cerveza calentada por el sol.
Sonó lejana, la bocina de la fábrica. Se vistió con el pantalón aún mojado, pensando: «A ver si llego tarde al trabajo y el capo alemán me echa la bronca». Respiró hondo y miró al cielo diciendo: «Vencimos, pero me debes una (Me la devolvió mas tarde)».
Al día siguiente, un administrativo de la fábrica lo llama y le da 50 francos: «De parte del papá de la bambina». El joven decide enviarle al hospital su importe, en bombones y flores. El sábado va a visitarla. Ella coge sus manos y llora emocionada. «¿Como te llamas?». «Jesús».
Jesús López Rodríguez. 76 anos. Nigrán.