Siempre tuve la cara aniñada. Con veinte años apenas tenía barba. En la mili me afeitaba cada cuatro o cinco días. Allí eran muy mirados para las cosas de los pelos. Un par de meses antes de cumplir los dieciocho fui con Germán al cine a ver Emmanuelle. “¡Carné!”, me dijo el portero como quien suelta un latigazo. Yo me puse colorado y miraba desesperado para todos lados buscando ayuda. Germán se sintió fuerte con su corpachón de veinte, aunque era cinco meses más joven que yo, y le echó la llorada al portero para que me dejara pasar. Y pasé. Creo que nunca me sentí tan pequeño.
Con veintipocos años me empezaron a salir las primeras canas. La cara aniñada seguía ahí, pero aquellos pelos blancos me delataban.
Al pasar de los cincuenta, si no engordas demasiado y no te quedas calvo, te mantienes, o eso dicen, y tú te lo crees. A los sesenta y cinco te jubilas, o, si tienes suerte, unos años antes te prejubilas, que en la práctica viene a ser lo mismo. Y cuando te ven por ahí tus compañeros de antes te endulzan los oídos. Oye, estás igual que siempre; No pasan los años por ti. Tú te haces el interesante, pones cara de restarle importancia y agradeces los halagos. Porque son halagos, ¿no?
La última vez que fui al cine me preguntaron si tenía algún vale descuento, mayores de 60... Mi mujer saltó como un resorte: «Sí, él», dijo señalándome con su dedo acusador. Fue un movimiento agresivo, como si fuera culpable de algo. Dos euros fue lo que me descontaron de la entrada. Pero la estocada definitiva llegó cuando cogí el autobús recientemente. Estaba de pie en el espacio reservado para las sillas de ruedas. En el asiento de enfrente, una chica de unos quince años me hacía señas con la mano. Tardé unos segundos en interpretar su gesto. «No, muchas gracias, de verdad, estoy bien de pie, le dije ruborizado con mi cara más amable». Ella me respondió con una sonrisa entrañable. Seguro que le recordé a su abuelo, tan frágil agarrado al pasamanos y balanceándome al ritmo de la marcha. Ahora sí, me dije, ahora sí que eres oficialmente viejo.
Alberto Otero Vilariño. 62 anos. Perillo (Oleiros).