Florencia, Benzema y Calamaro

Ramón Dorrego

AL SOL

20 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Puede que sea el día más odiado del año, a priori, claro, sobre un calendario todavía en blanco, sin estrenar, sin vivir; porque una vez empiezas a pasearte por los meses, la vida te puede sorprender y convertir un día «odiado» en un día para el recuerdo, de la misma forma que una fecha rodeada en el calendario puede acabar siendo una fecha tachada. Y es que, a principio de cada año, uno prejuzga días, semanas e incluso meses que desea que no lleguen y, cuando ya se está encima de ellos (porque todo acaba llegando, por mucho que miremos para otro lado y evitemos pensar en eso que tanto nos incordia, preocupa o molesta), esperamos pasar por ellos rápido y de puntillas.

Si tuviera que eliminar un día, lo tendría muy claro: el último sábado de octubre, el día que se cambia la hora, los días se vuelven oscuros, hace frío y los últimos supervivientes del verano cambian la ropa alegre y colorida por los tonos tristones de los abrigos y jerséis invernales. Creía que este sentimiento era algo universal, que nadie disfrutaría del invierno, o aún peor, desearía abandonar los helados, la playa y las copas en una terraza por la lluvia, el dolor que provoca el frío en las manos y los abrasantes chocolates con churros en cafeterías ruidosas con las sillas llenas de gorros, guantes y bufandas.

Sin embargo, esta gente existe, incluso puede que alguno sea tu vecino. Viven de espaldas a la belleza, o más bien sobreviven, porque en realidad muchas veces es el poder de la belleza lo que nos mantiene vivos. Supongo que los que aman el invierno deciden vivir de espaldas a la belleza, despreciándola. Odiarán Florencia, pitarán a Benzema, detestarán las letras de Calamaro y mostrarán indiferencia cuando vean a la persona que les gusta dándole un sorbo a la primera copa de una noche de verano después de haber pasado toda la tarde en la playa. No se me ocurren más motivos por los que odiar la belleza que descubrir que es un poco como la vida, injusta y desigual, no se reparte equitativamente y, eso, a algunos les molesta.

Pero no creo que esto pueda justificar darle la espalda, huir de ella y convertirte en alguien tan gris como los días de noviembre.

Ramón Dorrego. Estudiante. 23 años. Lugo.