El último día

La Voz

AL SOL

18 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si algo he aprendido en mi carrera de forense es que cuando la muerte sucede de manera inesperada, nadie, salvo que sea por decisión propia, se despierta un día pensando que será el último. Y no sé porqué, pero yo lo supe.

Como cada mañana laborable, a las cinco sonó el despertador de mi marido y con la modorra propia del que no tiene ni quiere despertarse ofrecí mi boca para un beso de saldo, ese beso dos por uno que incluye los buenos días y la despedida. Y fue al sentir el roce de sus labios cuando una corriente sacudió mi esqueleto de golpe exorcizando a Morfeo de mi cuerpo y liberándome por completo de las garras del sueño. Lo supe al instante. Intuición. Mal presagio. Pero no supe interpretarlo. Pensé que algo podía ocurrirle a él y me aferré a su cuerpo temblando como una infante que se despierta de una pesadilla. Sorprendido correspondió a mi abrazo y por un momento dudé si expresarle mis temores, pero mi yo racional, ese que siempre gobierna mis días se negó a pronunciar en voz alta semejante tontería.

Recurrí a la lógica y deduje que alguna pesadilla habría perturbado mi descanso provocándome ese nervioso despertar. Para tranquilidad de él y ante su pregunta de si estaba bien hice un aspaviento con mi mano a modo de despedida mientras acomodaba mi cabeza en la almohada con la clara intención de conciliar nuevamente el sueño aún sabiendo que en esas dos horas que faltaban para empezar mi rutina diaria sería incapaz de pegar ojo. Y fue en el transcurrir de ese tiempo cuando por fin lo vi claro.

Hoy era mi último día. ¿Qué porqué lo supe? Jamás lo sabré. Pero esa mañana sentada a la mesa saboreé cada bocado de mi desayuno como un condenado disfruta de su comida en la antesala del corredor de la muerte; sabiendo que será la última. Tras el último sorbo de café un latigazo recorre mi pecho y nubla mi visión. Intento levantarme pero mis piernas no me sostienen y me escurro en cámara lenta de la silla al suelo.

Ya no me duele pero noto como la vida se escapa con cada suspiro y lo último que veo antes de cerrar definitivamente mis ojos es el reloj y el calendario que presiden la columna de mi cocina. Ni tan mal final para una forense teniendo en cuenta que mi último pensamiento terrenal, es la hora y fecha de mi muerte.

Silvia Piñeiro. Cobrador de peaje. 43 años. Pontevedra.