La adopción de Saúl

Cristina de Mateo

AL SOL

06 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Carmela sabía desde los 8 años que un día adoptaría a un niño; lo supo el día en que había visto un reportaje en un orfanato de Rusia, donde los niños podían hasta morir, por falta de contacto humano. Al casarse le habló del proyecto a su marido, que aceptó la idea con la condición de tener primero hijos biológicos.

La lucecita de la adopción volvió a encenderse en la mente de Carmela veinte años después, con los niños ya criados. Pero ya nada era igual, le daba cierta pereza. Con hijos mayores, había llegado quizás el momento de ocuparse de sí misma, de viajar, de leer…

Pero, NO… irremediablemente tenía que adoptar, y además sería a un niño con discapacidad. La Asociación Dona le presentó un formulario en el que tenía que elegir el tipo de discapacidad que estarían dispuestos a aceptar. «Qué mal, —pensó— ni que fuera un catálogo de Ikea…».

Al final se decantaron por adoptar a Saúl, un niño de nueve años con una miopatía rara y en silla de ruedas. El día del primer encuentro, Saúl estaba esperándolos en el despacho de la psicóloga.

—Espero que hayas venido con Papá y Mamá —, le había dicho el niño a la profesional.

Ese mismo día, volvieron a casa con una lista grande de cuidados, medicinas y aparatología. «¡En qué lío nos hemos metido!», pensó Carmela. La primera noche durmió junto a Saúl, y sobre las siete de la mañana el niño se despertó:

—Mamá, ¿has dormido bien?— le dijo —Yo he estado muy a gustito.

Hace unos días me encontré a madre e hijo en el parque. Carmela me contó que estaba agotada pero feliz, que venían del Museo Arqueológico porque a Saúl le había dado por los griegos y romanos, y que el día siguiente sus hermanos se lo llevaban a hacer piragüismo a las hoces del Duratón.

En un momento, mi hijo y Saúl —en su silla de ruedas—, se acercaron corriendo a pedir la merienda.

— Saúl, — le dije — sigues sin decirme qué quieres ser de mayor.

—Pues ya lo sé, Lucía, ¡quiero ser piloto de carreras!

—Vale, Saúl, en cuanto te saques el carné de conducir, me apunto, la primera, a dar una vuelta.

—¡Cuenta conmigo! ? me dijo guiñándome un ojo y levantando el pulgar de la victoria.

Cristina de Mateo. Profesora. 58 años. París.