Miradas calladas

Sheila Rodríguez

AL SOL

05 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los dedos tocan sitios que llevaban años olvidados: uno se desliza por su clavícula y el otro repasa sus labios. Con fuerza, como si quisiera marcarlos. La habitación tiene una música especial: las voces de dos amantes bajo la luz del amanecer. Se miran a los ojos, estos se deslizan hasta los labios del otro. Y se vuelven a perder sin importar qué camino están tomando. Las uñas arañan la espalda y los corazones se encuentran entre las sábanas. Los labios no se sueltan, ni los cuerpos, que cada vez ansían más.

Se suman nuevos personajes y las lenguas se buscan con anhelo de todo lo que pudo ser y nunca será. Se dejan caer hacia atrás y el espacio se hace reducido. Tan minúsculo como la felicidad. Se siguen buscando y sonríen como dos adolescentes que acaban de descubrir qué es querer. Un escalofrío recorre el cuerpo de uno de ellos, sube por la punta de sus dedos y escala por cada uno de sus huesos. Entonces sus cuerpos no dejan ningún espacio de por medio, y sienten que han tocado la mismísima cima.

Sus cuerpos bailan acompasados mientras sus bocas se encuentran de miles de maneras. Juegan al gato y al ratón, pero los dos no son más que liebres que corren cuando el miedo llama a sus puertas. Hay gritos, hay mentiras, hay ganas, y entre todo esto hay una pizca de verdad: después de tocar la cima uno cae de cara contra el suelo. Y va a doler. Pero las noches están para mentir y las mañanas para prometer imposibles. Se agarran cuando sienten que el golpe va a ser fuerte, sus corazones siguen eufóricos. Entonces llega el momento de tocar el cielo y agarrarlo con fuerza. Pero no van a poder con todo.

Tan sólo son dos corazones idiotas que nunca han aprendido a vivir. Uno de ellos siente que está agarrando la felicidad, estira la mano e intenta llegar, pero se le escapa entre las manos antes de que siquiera la roce. El otro es más prudente y espera el momento correcto, pero él es la persona incorrecta. Así que pierde la oportunidad y se cae. Se separan como extraños, sonríen con acritud y se odian con la mirada.

Sheila Rodríguez. Estudiante. 14 años. Vigo.