Agité mi cubilete con energía y tiré los dados sobre el tablero con tanta fuerza que salieron rebotados y fueron a parar debajo del televisor. Al recogerlos, comprobé que el aparato seguía desenchufado y miré al abuelo. Me guiñó un ojo y yo pensé que quizás ya se había dado cuenta del engaño y el que nos seguía la corriente era él. No me atreví a preguntar y continuamos la partida.
Al acabar, el abuelo, sacó del mueble una caja de galletas: «¡Venga, que esta partida hay que celebrarla!». Nos miramos todos, sin pestañear, incrédulos. Mamá apenas balbuceó: «Pero, ¿de dónde ha salido esta caja de galletas?». El abuelo se encogió de hombros y puso cara de despistado.