Mi hermana

Claudia Casas

AL SOL

03 ago 2022 . Actualizado a las 16:05 h.

Cuando mi hermana estaba triste se ponía los cascos y escuchaba música que la hiciese llorar hasta quedarse dormida, así que supongo que por eso estoy viendo las noticias, que no hacen otra cosa que hablar de su muerte.

Imágenes del accidente de coche, pequeños trozos de alguna entrevista que hizo... Pero las cámaras se centran más en los ojos hinchados de mi sobrina Amelia, que acaricia la espalda de su padre que, abusando del amor fraternal, llora desconsoladamente sobre su hombro.

Amelia tiene 11 años, la misma edad en la que yo empecé a creerme adulta y que podía hacer lo que quisiera, y eso fue matando la debilidad que mi hermana sentía por mí hasta romper nuestra relación.

Esa niña está llorando en silencio para que su padre no se derrumbe todavía más y yo a su edad estaba deseando que se fuera de casa.

Con 11 años se me olvidó que había sido mi hermana la que me había protegido de todos los que me habían intentado hacer daño, la que sabía cuándo me pasaba algo y la que incluso ejerció el papel de madre porque la nuestra se mataba a trabajar, pero a ella también se le olvidó que jamás hay que ponerse a la altura de un niño.

Poco antes de independizarse, tras una discusión por mi forma de tratarla, rompió los corazones que le había dibujado durante los últimos años y, antes de tirarlos a la basura, me enseñó la bolsa en la que los había metido y me dijo:

—Los voy a tirar. ¿Sabes por qué? Porque todo esto simboliza una mentira.

La prepotencia hacia mi familia la irritó hasta tal punto que llegó a decir delante del hombre que ahora llora su muerte en público que lo único que teníamos de hermanas era la sangre.

Cuando se fue, ninguna de las dos se habló más allá de cumpleaños y cenas de fin de año o navidad, yo me sentí abandonada y ella le dijo textualmente a mamá que no iba a permitir que ninguna mocosa, o ya no tan mocosa con el paso del tiempo, la ningunease.

La quería, la quería más que a nada en este mundo, pero a ambas nos pudieron las heridas y ahora ella está muerta y yo sentada en mi sofá viendo cómo desconocidos la lloran como si la hubieran conocido.

Claudia Casas. Estudiante. 20 años. A Coruña.