Nunca es tarde para dar las gracias

Carmiña

AL SOL

02 ago 2022 . Actualizado a las 10:24 h.

Cuando nos conocimos, yo tenía 22 años y la carrera de maestra terminada. Quise hacerme independiente cogiendo un tren a Bilbao, en donde trabajaba mi novio. Ella me ayudó a encontrar unas clases particulares e incluso me alojó durante unos meses en su piso de Erandio. Corría el año 78, al año siguiente me vine a A Coruña y nunca más nos volvimos a ver.

Pero el destino y una amiga en común hicieron que nos reencontrásemos, cuarenta años después.

El día de la cita no pude evitar cierto desasosiego por miedo a no reconocerla o a no saber expresarle mi infinito agradecimiento. Llegué de primera a la cafetería convenida, en A Coruña, porque quería verla entrar…

Pues resulta que cuando apareció por la puerta, como por arte de magia, recuperé de un rincón olvidado de mi memoria, sus rasgos, su rostro y su voz. Ella también reconoció mi sonrisa al instante.

¡Menos mal que siempre hay algo que nos define y perdura en el tiempo por encima de los estragos y de las arrugas!

Y nos fundimos en un abrazo. Entre sorbo y sorbo de unos cafés nos cogemos las manos y nos achuchamos. Las dos jubiladas de la Enseñanza, ella octogenaria y yo sexagenaria. No queremos hablar de desgracias ni de muertes. Si derramamos lágrimas que sean de nostalgia, no de tristeza.

Así que retrasamos las agujas del reloj a las horas compartidas cuatro décadas atrás y charlamos sobre los temas de entonces: de su generosidad conmigo, que no era más que una chica desconocida y recién llegada de un pueblo gallego.

O de aquella etapa convulsa llena de manifestaciones en las que tenía que correr delante de la policía cuando me pillaban en medio; o de aquellos niños traviesos que eran nietos de unos marqueses y a los que acabé dando clase y cuidando en uno de los lujosos chalés de Neguri…

Mientras departíamos distendidamente, en la televisión del bar era noticia el aniversario de la Constitución, que fue aprobada precisamente ese año.

¡Anda, tiene los mismos años que hace que no nos vemos! Nos sentimos identificadas con ella. ¡Cuántas cosas han pasado!

Cuarenta años son muchos, justo el doble de lo que dice el tango. Pero aquí seguimos las tres: la Constitución, Lolita y yo.

Las tres con cicatrices y achaques, pero vivas, al fin y al cabo.

Carmiña. Maestra jubilada. 65 años. A Coruña.