Cuando el mundo gira y deja de girar

Candela Sánchez

AL SOL

02 ago 2022 . Actualizado a las 10:24 h.

Fue hace unos meses cuando me di cuenta de que amor y dolor rimaban; estaba en una librería y la contraportada de un libro describía mi vida amorosa, un cuento de hadas gafado. Sí, todo había sido muy bonito con alguien que hacía que me brillaran los ojos, pero todo es perfecto hasta que te ves en la situación de no dar arreglado los problemas. Para qué mentir, no había problemas, era una capa de descontento encima de otra, así sucesivamente hasta que decidimos llamarlo problema, y, por supuesto, los problemas nunca tienen fácil solución. Nunca llegaba el momento de hablar, cada noche cenábamos en una habitación en la que el protagonismo se lo llevaba la presentadora de programas absurdos que poníamos para no hablar, porque darte contra la realidad duele, y nos enseñan que del dolor hay que escapar.

Toda la vida he estado escapando del dolor en general, pero sobre todo de ese dolor que se sitúa en el centro de tu pecho y provoca que a cada minuto te cueste más respirar, ese dolor que no se va por más que lo ignores y que duerme en la misma cama que tú. El dolor se fue haciendo mi amigo, porque el descontento de meses acumulado generaba en mí un cansancio emocional en mi vida. No sabía cómo seguir adelante, porque no era eso lo que había aprendido, a mí el amor me dolía, me calaba por dentro, me mataba como la droga más letal.

Decidí irme lejos, lejos de mi lugar, de mi gente, de mí, decidí hacerlo porque renunciar a algo que mueve el mundo es ser la persona más estúpida del planeta. Decidí cargar en una mochila no solo cosas materiales, sino también mis emociones acumuladas en la garganta que también querían salir. Y me fui, lejos, no sé a dónde, porque iba sin rumbo.

Todo ese tiempo fue el que necesité para aceptar, que el amor es un partido en el que juegan dos personas que, antes de empezar, ya lo han perdido todo. Sabía que a él no lo había perdido, él era un pájaro al que nunca dejé que le cortaran las alas, pero me perdí a mí por el camino. No sabía a donde iba porque me había perdido a mí. Ahora mismo, a punto de morir, reflexiono y volvería a perder en el amor.

Porque yo nunca pude obligar a que nadie cambiara, pero tuve que cambiarme a mí para darme cuenta que la flor se marchita, la magia se agota y el vaso se queda sin agua, y aun así, el mundo sigue girando. El amor hace que gire el mundo y el dolor hace que se pare cuando él me miraba. Solo le pedía tiempo al propio tiempo para solucionarlo todo, y creo que me quedé en deuda para toda la vida.

Candela Sánchez. Estudiante. 14 años. Ourense.