Qué extraordinario era lo normal

Ramón Dorrego Fernández de Soto

AL SOL

26 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Un lunes de cuarentena me cayó una foto del Colegio Mayor en la cabeza. Digo que me cayó porque ya  me había olvidado de que la tenía.

Mi galería del móvil es como esos trasteros desordenados en los que se van metiendo todo lo que sobra o estorba en casa. Tengo todo junto en una misma carpeta: memes, pantallazos, vídeos inquietantes y fotos que servirían como recuerdo  de alguna experiencia inolvidable.

El problema es que nunca encuentro las fotos que quiero. Puedo entrar buscando alguna imagen del verano pasado y salir con el vídeo de los ghaneses bailando un ataúd. Al principio, más o menos, podía ir encontrando lo que quería, pero ahora es imposible.

Acabé asumiendo que  mi galería está esparcida por todos los móviles de mis amigos, que nunca tendría un trastero propio y que, cuando quiera algo, tendré que pedirles las llaves de los suyos. 

Cuando el lunes vi la foto sonreí, aunque no tanto como lo estamos haciendo en ella. Sonreímos demasiado, parece que estamos fingiendo ser felices tan solo por fastidiar a quien estuviese detrás de la cámara.

Estoy seguro de que si alguno de los protagonistas salta a la fama por descubrir una vacuna o por atracar un banco, esta foto saldrá en un documental sobre su vida, justo cuando uno de sus amigos de la juventud esté contando como era la vida universitaria. Esa vida que de repente, de un día para otro, nos arrebataron, sin avisar, sin que nos pudiésemos despedir de ella y ser conscientes de que quizás muchas cosas las estábamos haciendo por última vez.

Los periódicos dicen que el mundo está parado, no estoy de acuerdo. El mundo sigue girando, los únicos que estamos parados somos nosotros, que miramos cómo pasa el tiempo desde nuestras ventanas mientras algunos nos arrepentimos de no haber hecho muchas cosas o de haberlas hecho demasiado tarde. En el último vistazo que le doy a la foto me acuerdo de Aute, que había muerto ese mismo día y que decía que el mundo se divide en dos bandos, los hijos de puta y los de puta madre. Está claro que estos años los pasé con los segundos.

Ramón Dorrego Fernández de Soto. Estudiante. 21 años. Ribadeo.