Oda al mar

Ana Agustí Farré

AL SOL

13 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde pequeña disfruté de tantas sensaciones cerca del mar que jamás he podido olvidar. Nunca me pasó desapercibido el rumor de las olas que de noche me acunaban con sus canciones, ni el sabor salado de sus aguas en mis labios, ni el tacto ligeramente rasposo al pisar la arena de la playa, ni el placer de ver volar las cigüeñas entre las alas de los barcos de vela y los dos azules que el horizonte lejano separaba.

Mis padres alquilaban todos los veranos los bajos de una casa al lado del mar. El dueño era un pescador viudo con una hija de catorce años, Julia, que cuidaba de mi como si fuera mi hermana mayor. Ella me contó los cuentos más hermosos que os podáis imaginar. En ellos aparecían sirenas, piratas, peces maravillosos, tempestades que llenaban mi imaginación infantil.

Fue el verano que cumplí ocho años que una enfermedad desconocida hasta entonces, la poliomielitis, atacó a muchos niños dejándolos postrados en una cama sin poder caminar ni moverse. Yo fui una de ellos. El médico del pueblo puso todo su saber en nosotros y consiguió que algunos salváramos la vida e incluso que llegáramos a caminar después de mucho tiempo.

Al regresar a la ciudad mi vida inició un largo proceso de rehabilitación. La mejor terapia, los baños de mar, — dijeron los médicos que estudiaron esta rara enfermedad— porque era donde nuestras extremidades parecían adquirir cierto tono muscular. Por este motivo pasaba muchos meses del año en el pueblecito marinero.

Un día, conseguí que mis piernas se movieran, tímidamente, y con el tiempo aprendieron a chapotear. Hasta tal punto pasé horas en el mar que llegué a convertirme en una nadadora experta.

Ya de mayor, compré una casa lo más cerca posible de mi amigo y amante y cuando me adentro en sus aguas verdes o azules todo mi cuerpo siente su abrazo y las hebras de mis cabellos son mecidas por la mano húmeda de este piélago vivo que me acaricia, que me escucha, que me habla.

A veces pienso que, por fin, soy una sirena como las de los cuentos de mi amiga Julia.

Ana Agustí Farré. Profesora. Barcelona.