Asesinato en Nueva York

Marina Veiga RELATO

AL SOL

23 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Son las seis de la mañana y suena el timbre. Me dice que es el inspector Morrison y que viene a hacerme unas preguntas. Mi cabello aún sigue hecho un desastre de la noche anterior, pero logro arreglarlo, cubro mi cuerpo con la bata de seda que aún sigue manchada de sangre. Me doy cuenta, la tiro a la basura y me pongo otra. Suena el timbre y me decido a abrirle, vistiendo mi rostro de falsa inocencia. Me mira y yo le miro, pero no le dejo pasar. Me dice que está investigando la muerte de un hombre y quizás yo haya sido la última persona que lo vio con vida. Controlo mis expresiones porque sé que ellas podrían llevarme a la cárcel y repito las palabras y los gestos que había practicado la noche anterior, mientras limpiaba la escena del crimen sospechando que podrían llegar a mí. No se lo cree. Lo puedo leer en sus ojos, pero no voy a rendirme. Repetiré mi versión hasta que ambos nos la creamos. Se va y sé que volverá.

Lloro porque no quiero morir. No quiero que me condenen, no puedo ir a la cárcel. Mi memoria reconstruye cada movimiento, mi mano hundiendo el cuchillo en su pecho y el descenso del pálpito de un corazón que yo pensaba inexistente. Él era mi marido y yo su esposa, pero tras muchos años de sufrimiento acabé huyendo de él gracias a una amiga. Cambié de nombre y de pasado iniciando una nueva vida, más libre, en Nueva York. Pero él me siguió y eso acabó con la suya. Quería matarme, pero no lo logró. Y después de eso, mi plan era diluirme como un rostro más en la concurrida ciudad de las oportunidades, buscando algo que aún no conocía pero que necesitaba. Un futuro. Y eso es lo que trato de proteger ahora con todas mis fuerzas.

Maldición. Es tarde y el inspector vuelve a llamar a mi puerta, esta vez no cuento con la jornada de reflexión propia del ascensor. Ya está aquí. Le huelo. Me huele. Abro la puerta preparada para la detención. Y despierto. Es un sueño. Solo un sueño y yo estoy aquí en el mismo mísero apartamento y no existe ningún inspector ni ningún asesinato. Suena el timbre y se me hiela la sangre. Me convenzo a mí misma de que todo ha sido un sueño y abro la puerta. Al otro lado, mi marido, un puñal en la mano... y mi bata a punto de ser manchada de sangre.

Marina Veiga, estudiante, 19 años, Fene.