Vieja postal de verano

Juan José López Peña

CULTURA

Juan José López Peña. 55 años. Xunta de Galicia

20 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Casi ni me acuerdo. Las imágenes salen en tropel del cajón perdido de no sé qué rincón de la memoria y voy traduciéndolas a palabras mientras mis ojos se humedecen de nostalgia.

Los niños juegan en la orilla con la arena. Ella, sentada en su silla bajo la sombrilla amarilla, los mira con esa mezcla de amor y prudencia que evita el riesgo circundante. Vigila la loba a su prole, su tesoro, frente a un mudo irresponsable. Huele, escucha, escruta cada signo que percibe y que le alerta del peligro.

Los cachorros saltan, corren, gritan, juegan sin otro sentido que la felicidad que da la arena, sin otro destino que el placer de revolcarse en esa frontera que dicta el vaivén del agua sobre el manto de una tierra destinada a la alegría. Los cuatro lobeznos aúllan mientras pueden, porque se saben protegidos por la loba…

Y él quieto, con los brazos en jarras, poderoso y enorme entre todos. Él, que todo lo sabe y lo puede; cazador, vigía, guardián de la manada, jefe indiscutible que transmite la seguridad y el conocimiento a cada uno, a todos, y a ninguno. Escruta el horizonte haciendo visera con su mano. Su mirada, de vez en vez, traza varios semicírculos que advierten de maldades. A él compete, solo a él, que los cachorros y su hembra vivan tranquilos.

Ningún cachorro quiere ser como él; no. Todos quieren ser él; con su porte, su fuerza, su destreza y su modo de quererlos. Cada uno se sueña con su propia prole, nadando alrededor de su manada, oteando frente a todos.

-Papá, ¿nos podemos bañar ya?

-No, aún no, esperad a terminar la digestión.

Y salen corriendo todos con la algarabía propia de la insensatez infantil, seguros y felices de sentirse protegidos.

-Papá, ¡Fran me pegó!

-Dile que como vaya yo…

Luego fueron otras playas y otras manadas. Pasamos de cachorros a adultos y luego a viejos lobos solitarios.

Pero cada vez que vuelvo al mar sale de dentro, sin querer, una voz que me hace preguntar:

-Papá, ¿me puedo bañar ya?

Y él, que siempre sigue ahí, cuidándome, me contesta:

-No, aún no, espera a terminar la digestión.