Messi contra Mbappé: el fútbol son ellos

Raúl Caneda

QATAR 2022

DPA vía Europa Press | EUROPAPRESS

17 dic 2022 . Actualizado a las 20:23 h.

Llega a su fin el Mundial confirmando al fútbol (especialmente al de selecciones nacionales) como un fenómeno sociocultural incomparable. Su capacidad para escenificar las pulsiones humanas (desde la euforia, a la depresión; desde la gloria al fracaso) tiene una capacidad hipnótica. Malas noticias para quienes pretendían salvarlo en nombre de una inventada e intencionada decadencia.

Como torneo crucial, también nos dejará sus conclusiones tácticas, porque después de cada Mundial los entrenadores explicamos el juego como un proceso evolutivo movido por nuestras mágicas manos. Como producto de mercado que somos, necesitamos darnos importancia, y parecer trascendentes y modernos. Después del éxito español del 2010 todos imitamos el fútbol de España cual pócima mágica: cualquier equipo pretendía construir desde atrás y controlar la pelota aunque sus jugadores sufrieran con ella. Nosotros por encima de los jugadores. Lo moderno por encima de lo real.

Bien es cierto que la influencia de aquel éxito español cambió el fútbol para bien recuperando para siempre el valor del talento. Las conclusiones de este Mundial serán, sin embargo, ya más manidas y algo más rancias, llenas de maniqueísmos y sofismas: tener el balón es superfluo, se acabó el toque, lo que importa es correr, bla, bla, bla.

Los entrenadores no podemos escapar de lo que la moda y el mercado nos demandan. Y lejos de conformarnos con optimizar a los jugadores que nos toca entrenar, estos no serán más que el barro usado como excusa para moldear nuestras pretensiones. Ya se ha hecho hasta normal vernos con una especie de tablero, de piezas iguales y sin vida, moviéndolas a modo de gurú posicional donde el único diferente y que destaca somos nosotros. Y no es una cámara oculta. Va en serio.

Pretender ser moderno nos empuja a trascender más que a entrenar. Todos queremos ser un Guardiola, un Cruyff, un Sacchi. De tanto cambiar el juego por el modelo, y a los jugadores por los perfiles, vamos renunciando a ser y a saber por parecer. Nuestra realidad es un relato lleno de ficción.

Mientras tanto, el fútbol es en Catar 2022 cada vez más tozudo y repetitivo: ganan los que tienen grandes jugadores, sobre todo alguno muy grande que modifique la realidad. Scaloni lo explicó con inteligente humildad: «Yo planteo algo y, si me equivoco, ellos lo corrigen jugando».

Francia y Argentina son dos grandes equipos que solo se explican por dos futbolistas extraordinarios. Sin ellos, la final nunca sería esta, sino otra. En este afán de darnos importancia hemos distorsionado la realidad y el conocimiento: el fútbol pertenece a los grandes futbolistas. Ellos son la realidad. Cuanto mejor entendamos esto los entrenadores, más cerca estaremos de ayudar a triunfar.

El fútbol no le pertenece ni a los perfiles ni a los principios. Los equipos no son una cuestión de modelos, sino de niveles. Por ello la final es Messi contra Mbappé, y dos equipos construidos alrededor de ellos por dos entrenadores que no pretenden trascender. Solo ser y ganar.

Si le acabas llevando la pelota cerca del área a Messi, Neymar y Suárez, puedes ser hasta campeón de Europa, pero si se la acabas llevando a suplentes de sus equipos, tu modelo de juego acaba siendo venirte para casa prematuramente. Y se acaba, además, discutiendo hasta lo que haces bien (controlar el juego) y a tu único jugador extraordinario (Busquets). Son las paradojas del fútbol.

Mientras el reglamento no cambie, se va a seguir repitiendo una constante eterna. No se compite sin tener grandes jugadores en ambas áreas. Al lado de las áreas está el gol, el resultado, el todo.

Todo lo que pasa en medio puede resultar hasta banal si en las áreas no hay individuos importantes. Francia y Argentina juegan atendiendo al reglamento. Ocupan las áreas con sus mejores jugadores: dos porterazos y atacantes extraordinarios.

Messi contra Mbappé. Ese es el modelo. El fútbol son ellos. Afortunadamente.