La pócima secreta de Marruecos: el amor materno a pie de campo

Laura Marta COLPISA

QATAR 2022

PAUL CHILDS | REUTERS

El seleccionador marroquí, Walid Regragui, instó a sus jugadores a invitar a la familia al Mundial, reuniéndolos en el mismo hotel de concentración y concediéndoles acceso directo al césped tras los partidos

14 dic 2022 . Actualizado a las 15:19 h.

En un Mundial organizado en una región donde las mujeres son tratadas como de segunda categoría, Marruecos celebra que son ellas las importantes. Mujeres que han hecho que Sofiane Boufal y sus compañeros estén viviendo un hito histórico: primer país africano clasificado para una semifinales de una Copa del Mundo. Porque si este torneo será recordado por la cuadrilla alemana tapándose la boca, el mutismo de los iraníes ante su himno, la burla de los argentinos tras eliminar a Países Bajos y las lágrimas de Cristiano Ronaldo, también lo será por el cariñoso beso de Achraf Hakimi a su progenitora al ganar a Bélgica y el baile que se marcó Boufal con la suya tras superar a Portugal.

Unas instantáneas que se deben al seleccionador marroquí, Walid Regragui. Aunque nació en Francia, jugó para el equipo nacional norteafricano —45 partidos— y bebe de la cultura del país del que emigraron sus padres. Llegó al cargo el pasado agosto y se impuso conectar un vestuario que proviene de seis países distintos, con 14 de los 26 jugadores nacidos fuera de Marruecos. Y centró la idea en lo que tienen en común provengan de donde provengan. Muchos podían haber elegido otra camiseta que representar —Boufal y Saiss nacieron en Francia; Hakimi en España; Ziyech, en Países Bajos—, pero se decantaron por sus orígenes. Lo perfiló Regragui al acceder al puesto: «Nuestro éxito no es posible sin la felicidad de nuestros padres». Y lo repitió ayer, en su comparecencia antes de la semifinal contra Francia (20:00 horas, Gol Mundial, TVE 1): «Pusimos en marcha algunos detalles para crear un grupo, un estado de ánimo que nos permitiera sobresalir, como tener a las familias con nosotros. Los jugadores se lo creyeron, son buenos chicos que aman a su país y me siguieron».

Regragui instó a sus jugadores a invitar a la familia en esta aventura catarí, todos los gastos incluidos. Como hacen muchas selecciones, pero con una relación más estrecha si cabe: reuniéndolos a todos en el mismo hotel de concentración, el Wyndham Doha West Bay; concediéndoles acceso directo al césped tras los encuentros. Ahí están el hijo del guardameta Yassine Bono jugando con los guantes de su padre tras pasar a cuartos y el beso de Abdelhamid Sabiri a su progenitor.

Pero Regragui incidió en que el hilo conductor fueran, sobre todo, las madres; un símbolo de la sociedad marroquí. Si bien en el mundo árabe hay un especial respeto a los progenitores —está mal visto llevar a los padres a una residencia cuando son mayores—, la figura de la madre es más importante incluso que la del padre. Y son ellas las que se están llevando los otros focos de este Mundial. Empezando por la suya, Fatima, para la que todo es una novedad, pues nunca había visto a su hijo trabajar en directo, ni cuando este jugaba en Francia: «Durante toda su carrera como jugador y como entrenador, nunca viajé para verlo. Llevo más de 50 años viviendo en Francia y esta es la primera competición para la que salgo de París», señaló. Ahora comparten alegrías y tocan ese sueño futbolístico que Regragui dibujaba de pequeño mientras ella limpiaba el aeropuerto de París-Orly para concedérselo.

Otra de las razones de este particular Mundial familiar es rendir tributo a quienes lo dieron todo para que ellos pudieran jugar al fútbol. Por eso tiene especial relevancia para Hakimi la presencia de su progenitora, Saida Mouh, tan cerca de él en este torneo y tan protagonista en sus celebraciones. El jugador del Paris Saint-Germain, que nació en Madrid hace 24 años, podría haber elegido ser seleccionable para España —llegó a participar en prácticas en Las Rozas—, pero se decantó por Marruecos por todo lo que lo unía a su familia. Ahora posee una cuenta corriente con la que no pasará estrecheces (10 millones de euros al año), pero para llegar hasta aquí...

Abedin Taherkenareh | EFE

Orígenes humildes

«Mi madre limpiaba casas y mi padre era vendedor ambulante. Que yo jugara al fútbol era un sueño para mí y un sacrificio para ellos. Les quitaron muchas cosas a mis hermanos para que yo tuviera éxito. Éramos muy pobres. Ahora yo lucho por ellos», comentó en el 2018. Hoy hay carreras hacia la grada tras el pitido final para abrazarla y darle las gracias con besos en la frente. También reconocimiento público en redes sociales, como ese «Te quiero, mamá», con una imagen de los dos, que publicó tras ganar a España.

No le faltó nada a Boufal en su infancia, pero tampoco le sobró. De hecho, dejó la escuela pronto para ayudar en casa. «Veía a mi madre salir de casa a trabajar a las 6 de la mañana. Cuando alguien sacrifica su vida por ti, es lo mínimo: tuve que convertirme en profesional por ella», concedió en una entrevista en So Foot en el 2021. El jugador del Angers francés, casi un millón y medio de euros por temporada, solo se quedó 200 euros de su primer sueldo como profesional; el resto fue para ella. «Mi madre es lo más importante. Las emociones que el fútbol genera te vuelven loco. Tener el apoyo de tu familia es fundamental», indicó tras ganar a Portugal, con ese baile en el césped del Estadio Al Thumama con el que ha inmortalizado a su progenitora para siempre.

Hakim Ziyech tenía 9 años y ocho hermanos cuando perdió a su padre, original de Países Bajos, así que la figura de la madre, marroquí, fue fundamental para que él hoy dispute las semifinales de un Mundial. «Éramos pobres. Cuando empecé a jugar al fútbol, mi madre trabajaba todos los días para ahorrar dinero. Fue la única que me apoyó y me animó a continuar mi carrera futbolística. Si supieras lo mucho que ha sufrido por mí... Si soy futbolista es por ella». Hoy todos buscan otro beso, otro gracias, la final para Marruecos, para sus madres.