La escuela rural de Vilaboa que lo cambió todo para integrar a un niño con parálisis cerebral

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VILABOA

Cada lunes, sus nueve compañeros reciben al niño con discapacidad con abrazos, cosquillas y sonrisas.
Cada lunes, sus nueve compañeros reciben al niño con discapacidad con abrazos, cosquillas y sonrisas. Ramón Leiro

Los lunes, el único día que el crío acude al colegio normalizado, dado que el resto del tiempo va a un centro especial, la comunicación viaja en abrazos y cosquillas

21 may 2023 . Actualizado a las 16:07 h.

No escribiremos su nombre porque sus padres así lo desean. Pero sí contaremos su historia. O, mejor dicho, lo que sus circunstancias han provocado en un colegio ubicado en el rural del municipio pontevedrés de Vilaboa. Él tiene cuatro años y una parálisis cerebral que, al menos por ahora, le impide caminar y comunicarse verbalmente. Cuatro días de la semana acude a un centro de educación especial, al colegio de Amencer, cualificado para atender su discapacidad. Pero los lunes son otra historia. Ese día, este pequeño acude a esa escuela normalizada, a la pequeña unitaria de la aldea Bértola. Y, a bordo de su silla de ruedas, se convierte en un niño más. Especial, pero uno más. Juega, sale de excursión o se ríe cuando suena la palabra caca. Que esto suceda, que se haya podido integrar una vez por semana en un aula unitaria pública, no es acto espontáneo, sino la consecuencia de un largo trabajo, esfuerzo y toma de conciencia por parte de su familia, de los docentes, de la Administración y, también y muy especialmente, de él mismo de y sus compañeros, de 3, 4 y 5 años.

La escuela de Bértola, donde diez niños cursan educación infantil en unas aulas en las que cogerían el doble de alumnos y que se rodean de un pequeño parque con tobogán o de un huerto en miniatura, está integrada en el Colegio Rural Agrupado de Vilaboa (CRA), es decir, en una red de la que forman parte cinco escuelas rurales. El lunes a primera hora, no hace falta que la profe Fátima señale hacia el calendario para que los críos averigüen la fecha: «¡Lunes, lunes... hoy es lunes!», corean todos entre saltos y gritos de entusiasmo, como si ese fuese el día que todos esperan desde hace mucho tiempo.

La cuidadora del niño con parálisis cerebral y el profe de música le ayudan a hacer una actividad de percusión.
La cuidadora del niño con parálisis cerebral y el profe de música le ayudan a hacer una actividad de percusión. Ramón Leiro

Conchita, directora del CRA, explica cómo los lunes empezaron a ser un día mejor para todos. Cuenta que una mamá de Pontevedra se acercó a la escuela porque era consciente de que en estos colegios rurales de Vilaboa se estaba trabajando de una forma muy distinta, apostando por una educación llena de experiencias, en las que muchas veces se sale del aula a pisar charcos o se cuidan gusanos de seda. Les explicó que le habían concedido la posibilidad de que su hijo, con parálisis cerebral, se integrase un día a la semana en un colegio normalizado, mientras que el resto seguiría acudiendo al centro especial de Amencer, ya que allí es donde realmente hay personal y medios cualificados para ayudarle a desarrollar sus capacidades y atender sus necesidades, desde fisioterapia a logopedia. A Conchi le pareció una oportunidad y un reto integrar a ese niño. Pero, ojo. No para él, sino para todos: «Sabíamos que iba a ser bueno. Y está siendo impresionante... nos enseña tantas cosas a todos...», dice con indisimulada emoción. 

La escuela quiso darle todas las facilidades a Amencer y a la familia, así que les dijeron que escogiesen el día de la semana que el pequeño acudiría a Bértola. Prefirieron el lunes para que luego pudiese ir toda la semana a Amencer. Adaptaron luego el horario a él y buscaron que cuando el niño esté con ellos siempre se realice una actividad de tipo sensorial o de movimiento, de tal forma que propicie su participación, algo que sería imposible si se tratase de una ficha escrita, por poner un ejemplo. Se decantaron por la música así que, poco después de las 9.30 horas, en el aula está el profe Luis, la tutora Fátima y la cuidadora Alba —los recursos humanos son imprescindibles para la integración— para dar comienzo a un ejercicio de ritmo y percusión.

Suena la música, los nueve alumnos de la escuela recibieron a su compañero de los lunes con abrazos y cosquillas y en la cara de este se dibuja una sonrisa infinita. La cuidadora le baja de la silla y le sienta en el colo. Y uno de los niños más chiquitines le pregunta a la profe Fátima: «¿Por qué él no anda?». Ella se lo explica con una naturalidad abismal: «Sus piernas no pueden, así que le ayudamos entre todos».

Pasan los minutos y la clase coge ritmo. Por momentos no hay nueve alumnos más uno. Sino solo diez, aunque a uno lo sostenga en brazos una cuidadora y le ayude a golpear la caja de música porque sus manos solas no podrían. Luego les toca excursión por un lugar accesible por el que la silla del crío pueda ir. Él apenas habla. No anda. Pero sonríe y recibe abrazos. Queda mucho para una integración real, y todos son conscientes de ello. Pero unos y otros han iniciado uno de esos caminos que da la sensación que lleva a un mundo mejor. Y, además, lo están transitando con felicidad. No parece poco.

«O meu fillo non pintaría nada nun centro de 150 alumnos. Aquí si» 

La integración de este niño en un colegio normalizado no sería posible sin una familia detrás empujando. Sus padres, aunque residentes en Pontevedra, eran conscientes de que si su pequeño podía ir un día a una escuela al uso tenía que ser un centro con educación de proximidad y con una ratio por aula pequeña, algo que solo ocurre en el rural. «O meu fillo non pintaría nada nun cole de 150 alumnos, pero aquí si. Eu non quería levalo a un sitio onde estivera na aula por estar. Aquí é feliz», explica su madre.

Señala que llevarlo hasta Vilaboa supone que el crío tenga una parcela de vida «normalizada» y trato con sus iguales. Eso sí, indica que esta escolarización no tendría sentido sin el otro cole, el especial, el de Amencer, que es donde puede sacar mayor rendimiento a sus capacidades.

Esa misma idea esboza Mónica Touriño, gerente de Amencer: «Ojalá seamos capaces de darle la vuelta y que los demás y el propio niño vean los centros de educación especial como de alto rendimiento, lograríamos que esté feliz por venir al igual que los deportistas van a centros de tecnificación para sacar el máximo rendimiento y eso no significa que tengan que renunciar a convivir con los demás».