La escuela de aldea que canta a la diversidad: seis de sus ocho alumnos tienen raíces marroquíes y la maestra es de Teruel

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

VILABOA

María, la maestra de Teruel, con su inseparable flauta travesera y con los niños de la escuela de Paredes.
María, la maestra de Teruel, con su inseparable flauta travesera y con los niños de la escuela de Paredes. Ramón Leiro

Está en Paredes, en Vilaboa, a menos de un cuarto de hora en coche de las ciudades de Pontevedra y Vigo, donde hay familias que apuestan por llevar allí a sus críos

26 abr 2023 . Actualizado a las 15:31 h.

A tiro de piedra entre Pontevedra y Vigo, con una ventana que mira a la ría, se esconde la escuela rural de Paredes. Visitarla es entender que algo importante se mueve en algunas aldeas gallegas, al menos en el ámbito educativo y cultural. Y que la devoción y dedicación con la que trabajan los profesores en estas clases —donde la baja ratio de alumnado permite hacer cosas impensables en un colegio con 25 niños por aula— posiblemente sea lo que alimente que familias de las dos ciudades próximas estén apostando por centros como este, aunque eso implique no tener servicios de transporte y comedor y, por tanto, ir y venir con los niños hasta Paredes. La excusa para visitar esta unitaria es que allí está de prácticas cuatro meses una estudiante de Magisterio de Teruel. Pero lo que uno encuentra cuando cruza la puerta, además de a esa joven maestra turolense apasionada de la enseñanza, es un canto a la diversidad cultural y social en toda regla.

La escuela de Paredes tiene ocho alumnos de tres a cinco años. Los nombres, colocados en la pizarra con sus consiguientes pegatinas, delatan las raíces marroquíes de seis de los ocho pupilos. Son Rim, Amir, Rodaina, Soufya y Daoud, que asisten en clase con dos alumnas de origen gallego, Cloe y Desiree. Los pequeños hablan árabe y castellano y están totalmente familiarizados con el gallego que su tutora, la profe Bego, utiliza como lengua habitual en el aula. Sobre las diez de la mañana, permanecen en corro en la alfombra, pero en cuanto llega alguien por la puerta corren a rodearle con sus brazos: «Moito amor temos aquí», dice la profesora, y aprovecha para reivindicar la enseñanza casi individualizada que permiten las escuelas rurales, donde el niño que necesita un abrazo lo tiene fácil prácticamente en cualquier minuto del día.

Los propios niños cuentan que desde hace tres meses tienen dos maestras en el aula —más allá de las especialistas de música, inglés, psicomotricidad y religión—, ya que llegó «la profe María» para ayudar a su tutora. ¿Quién es esta joven que no deja de sonreír ni un minuto? Se llama María Pérez y estudia cuarto de Magisterio en Zaragoza. Natural de un pueblo de Teruel, se enteró de que había un programa, Generación Docentes, que le permitía hacer prácticas en escuelas rurales de Aragón, Castilla y León, Extremadura o Galicia. Lo pidió y acabó viajando en tren hacia Vilaboa. Dice que nunca se imaginó lo que se encontró: «Descubrí un mundo nuevo para mí. El rural gallego es tan distinto a todo lo que había visto... esto no me parece España». Señala que se sorprendió positivamente de la diversidad lingüística de los niños, de cómo en la escuela de Paredes se trabaja de forma continua para integrar la cultura gallega con la marroquí y de todos los proyectos de innovación educativa en los que está inmerso el Colexio Rural Agrupado (CRA) de Vilaboa, al que pertenece la escuela de Paredes.

Begoña Filgueira, la tutora de este centro, y Conchita Pérez, la directora del CRA, la escuchan con emoción. Cuentan que entre las cinco escuelas que conforman el CRA hay 86 niños y que el próximo curso se marcharán a primaria y, por tanto, dejarán el colegio rural agrupado un total de 36. «Cando vimos que se ían marchar 36 pensabamos que estabamos perdidos... porque 36 nenos nun colexio rural é unha barbaridade... e logramos que para o ano vaian entrar 34. Non o cremos aínda. Manter a matrícula no rural é tan incrible...», reflexiona la directora. Gran parte de los niños que llegarán nuevos, obviamente, son de Vilaboa, pero los hay que vienen de las ciudades o de municipios limítrofes en busca de una enseñanza en contacto permanente con la naturaleza, el huerto donde la profe Bego les enseña a plantar o los recreos en los que el bocata se puede comer sentados en la hierba.

Tan impactada como la profesora turolense María están sus anfitrionas en Galicia. Desde la escuela de Paredes señalan que ella se vino de Aragón con una enorme cartera de proyectos bajo el brazo y con su inseparable compañera; una flauta travesera con la que está llenando de música la escuela. Sus compañeras la animan a demostrar lo logrado en estos meses. Y María sale al jardín con los niños, una caja roja y unas sábanas pintarrajeadas de colores. Cinco minutos después, los críos se han convertido en un dragón y ella va delante de ellos tocando la flauta. Al son de su melodía ellos desfilan por el patio. Hay risas, reina la diversión y se hace un trabajo enorme de coordinación y baile.

 La profesora aragonesa dice que haber descubierto cómo se trabaja en las escuelas rurales gallegas le ha abierto los ojos hacia la España vaciada y ya sueña con hacerse maestra en un pueblo diminuto de su tierra. «Esto es una oportunidad de oro para los niños y para los profesores. Podemos enseñarles tan de cerca... llamo a mis compañeras y les digo que tienen que ver esto», dice rebosando entusiasmo.