Arturito, el niño de los ojos más bonitos que le decía a su familia «te amo mil casas y ocho edificios»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SANXENXO

Arturo González Ferreira, que falleció en Portonovo a los nueve años, en una imagen cedida por su familia.
Arturo González Ferreira, que falleció en Portonovo a los nueve años, en una imagen cedida por su familia.

Miembro de la familia del bar El Puente de Portonovo, murió a los nueve años demostrando que, al igual que los Pokemon que tanto cazaba, tenía una fuerza infinita

07 feb 2023 . Actualizado a las 13:38 h.

La historia de Arturito, de Arturo González Ferreira, es injustamente diminuta en el tiempo. Solo tuvo nueve años de vida. Sin embargo, podría escribirse un libro con todo lo que vivió. Porque ni él ni su familia desaprovecharon el tiempo, sobre todo desde que supieron que cada minuto valía oro. Arturito fuese un niño inmensamente feliz, disfrutón y que, pese a tener tan corta edad, conocía bien el valor de algunas palabras. Por eso nunca se cansó de decir te amo. Se lo decía a los suyos de una maravillosa y única manera: «Te amo mil casas y ocho edificios», repetía sin cesar. Por eso, ahora que él vuela libre en algún sitio en el que no haya enfermedades contra las que luchar, su familia elige esas palabras para despedirse de él: «Te amamos mil casas y ocho edificios», le dijeron a Arturo todos a una en su entrañable ceremonia de despedida.  

Arturo era de Portonovo (Sanxenxo) y pertenecía a la gran familia del bar El Puente. Desde que vino al mundo, le cayó encima una nube enorme de cariño y dedicación. Porque al amor enorme que le tenían sus padres, Paula y Arturo, se sumaba también el de sus abuelos, tías y primos. Creció rodeado de los suyos y sus ojazos, tan bonitos que llamaban la atención, empezaron a descubrir el mundo. Le gustaba cantar desde bien pequeño. Y lo hacía a pulmón abierto en la furgoneta de su adorado abuelo Ramón, al que no permitía que nadie le riñese y al que le amenizaba los viajes al ritmo de Me bebí tu recuerdo y numerosas canciones más. Otras veces a la que le pedía que cantase era la abuela Eva, a la que él bautizó como Gaviota. Y si no lograba que de su boca saliese música, enseguida le ponía su canción favorita para que se animase. La abuela Eva, sin duda, era una de sus personas favoritas en el mundo. Aunque ese puesto siempre estuvo muy disputado, porque Arturo tenía muchísimas fans, entre ellas su madrina Carmen, a la que eligió para sus viernes de burguer

Adoraba los Pokemon, tanto que logró que toda la familia acabase saliendo a cazarlos por el pueblo. Y también le gustaba jugar al Stumble Guys con toda la familia en el salón. Su vida, esa que tenía que haber sido siempre amable, se puso del revés cuando hace once meses le diagnosticaron una grave enfermedad. No fue fácil. Pero Arturito llevaba una capa de superhéroe puesta sin necesidad de disfrazarse. No perdió la sonrisa ni las palabras bonitas en estos meses en los que le tocó superar las más difíciles pruebas. Tampoco las ganas de catar las mejores tartas de tres chocolates. O su enorme amor y a la vez ganas de pelear con su querido hermano Alejandro. Así como su gusto por meterse con su tía Eva, su Tata, con la que se crio como un hermano. Los suyos hicieron una piña en torno a él, acompañándole en todos sus minutos y permitiéndole cumplir deseos. 

Hace un mes, con el año estrenándose en el calendario, su familia solo pedía darle una buena patada al 2022 y que el 2023 les regalase tiempo para encontrar el milagro que todos buscaban; tiempo para seguir disfrutando, mimando y queriendo a su pequeño Arturo. No lo hubo. Su recuerdo, eterno ya, queda en todos y cada uno de ellos. Hasta en Olivia, su primita que todavía no nació, pero a la que Arturito le eligió el nombre. Le aman todos «mil casas y ocho edificios». Y eso, como bien sabía Arturo, es mucho amor junto.