Noventa años mirando a Silgar

Marcos Gago Otero
marcos gago SANXENXO / LA VOZ

SANXENXO

MARCOS GAGO

El dueño de As Cunchas recuperó del abandono una de las pocas casas antiguas del frente marítimo local

05 ago 2017 . Actualizado a las 09:07 h.

Una antigua casa de piedra, con un original revestimiento de conchas en puertas y ventanas rompe la monotonía de los bloques de viviendas del paseo de Silgar, en el frente marítimo de Sanxenxo. La casa, a sus noventa años, desprende carácter. Es una sobreviviente en un entorno donde la piqueta se ha llevado por delante a la inmensa mayoría de las pequeñas viviendas que en tiempos no tan pretéritos adornaban esta zona del casco urbano.

La vivienda de ayer comparte hoy esta función con una tienda de artesanía y productos variados, regentada por su propietario, Miguel Otero Fernández,. Su actual inquilino hace gala de ser la tercera generación familiar titular de este inmueble. Nació en Vigo, pero su hermano aún vino al mundo en este edificio, en aquellos años en los que aún era habitual eso de nacer en casa. No oculta el lazo afectivo que mantiene con esta casa, rodeada de bloques de pisos.

Miguel es electricista de profesión. Trabajó en astilleros y en la construcción en la ciudad olívica, pero las circunstancias le forzaron a hacer un cambio radical en su vida. «Nunca pensé que me iba a quedar sin trabajo, pero al ir al paro y no poder tener un piso de alquiler en Vigo nos tuvimos que venir para aquí», añade.

Era el 2007 y hacía años que nadie vivía en la vivienda de Silgar, por lo que las condiciones no eran las más adecuadas. «Cuando entramos en la casa estaba hecha polvo», recuerda. Y eso que el inmueble tiene un pasado ilustre.

El abuelo de Miguel fue Teodoro Otero Reboredo. Sanxenxino emigrado a Estados Unidos durante la dictadura de Primo de Rivera, en los años veinte del siglo pasado. Pudo regresar a su villa natal al proclamarse la Primera República Española en 1931. Teodoro era de los que no paraba quieto, se presentó a las elecciones y las ganó. Fue alcalde de Sanxenxo desde 1932 hasta 1936. En ese último año, las cosas se torcieron con la Guerra Civil. «Era alcalde republicano en el 36 y por eso fue recluido en la isla de San Simón. Estuvo condenado a muerte», relata su nieto.

Del deterioro a la rehabilitación

A diferencia de otros compañeros del tristemente famoso penal, la historia de Teodoro tuvo un final más feliz. «Se salvó y se casó con Francisca Pimentel». El compromiso con Paca, como la llama Miguel, fue de segundas nupcias para su abuelo tras enviudar. Tuvo un único hijo de su primer matrimonio, Celso, y otros tres del segundo: Francisca, Áurea y Teodoro, que murió joven haciendo el servicio militar.

Muerto el abuelo Teodoro, y trasladada Francisca Pimentel a Vigo en sus últimos años, la vivienda de Silgar quedó vacía. Hasta que la necesidad de rehacer su vida devolvió a Miguel Otero a sus raíces, a aquella casa junto a la playa.

En aquel momento estaba tan mal que su actual propietario lo recuerda perfectamente: «Mi hijo no quería ni entrar por el frío que hacía. Cuando vinimos, el primer año que tuvimos que meternos aquí, en invierno teníamos un plástico enorme en el tejado y quince calderos por la casa para coger el agua de lluvia de las goteras». El segundo año ya pudo, «con unos cuantos amigos», reparar el tejado. Poco a poco la vivienda volvió a tomar forma y a adaptarse a las necesidades de la vida moderna.

Miguel no entendería su vida actual sin este edificio tan ligado a su familia. «Es un privilegio, poder vivir en la casa donde parió mi madre, y poder recuperarla después de tantos años», precisa. Hoy, a simple vista, nadie intuiría que estuvo deshabitada. Su imagen es todo un icono del verano sanxenxino y la tienda un trasiego de turistas.

La parte del edificio que mira a Silgar está adaptada como tienda de artesanía y el primer piso y el fondo como vivienda. También dispone de huerta y jardín en la parte de atrás. ¿Alguna vez se han interesado por comprarla? «Sí claro, muchísimas veces», recuerda. En todas las ocasiones le esperaba la piqueta. Entonces, a Miguel se le ilumina la cara y exclama: «En algún momento estuvo a punto de venderse, pero no pasó nada por la mala hostia de mi padre, olé por ella, que dijo que no y eso que él no disfrutó de ella nunca».

En Silgar hubo otra casa de las conchas, pero no tuvo tanta suerte. Se la llevó el auge constructivo moderno. «Había una casa de conchas aquí, y era al revés que esta porque las ventanas eran lisas y el resto de las paredes conchas, pero ya no existe». Así que quedó esta, con los moluscos revistiendo dinteles y jambas y el resto de la pared pintado de blanco. Un cartel hace honor a esta característica: «As Cunchas». Al recordar su regreso a Sanxenxo y su vida aquí, Miguel lo tiene claro: «No hay mal que por bien no venga». En Silgar está encantado.