Los anfitriones de Santiaguiño do Burgo

Elena larriba FIRMA PONTEVEDRA / LA VOZ

SANXENXO

Ramón Leiro

La familia Couto revive cada 24 de julio la tradición de ofrecer al santo las uvas y el maíz

25 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel Couto Tobío prefiere hablar de tradición más que de milagro o leyenda. Su familia lleva al menos seis generaciones, hasta donde la memoria les alcanza, recibiendo en su casa cada 24 de julio la imagen de Santiago Apóstol para rememorar una historia que los más devotos del santo creen a pies juntillas.

Una placa y un mosaico del artista pontevedrés Eduardo Dios recuerda en la entrada de la finca de los Couto, en el número 95 de la calle de A Santiña, en el histórico barrio de O Burgo, que allí fue atendido el Apóstol cuando peregrinaba a Compostela. Cuentan que se encontró cansado durante el viaje y en esa morada le dieron cobijo y manutención hasta que se recuperó. En agradecimiento a la hospitalidad, el santo prometió que en esa casa madurarían todos años las primeras uvas y maíz de cada cosecha.

Miguel es director comercial de una importante empresa granitera, Levantina y Asociados de Minerales, una multinacional española líder mundial en el sector de la Piedra Natural, con fábrica en O Porriño. Y es también el pequeño de los cinco hijos de Rogelio Couto Varela, de 88 años, que también fue comercial granitero. La vieja casa de sus ancestros, donde se cree que descansó el Santiago Peregrino, es hoy un edificio de tres plantas y cuatro viviendas, en las que viven tres de los hermanos y el padre, y cuenta con unos mil metros de terreno con viñas.

«En mi familia se vive con mucha intensidad la visita de la imagen del santo, que llega en procesión desde el templo parroquial a recoger los primeros frutos maduros de la cosecha. Nosotros mismos seleccionamos y cortamos los mejores racimos de la parra y se los colocamos». Maíz ya no hay en casa de los Couto, y las espigas que adornan al Apóstol son de las fincas vecinas. Pero uvas, las que quieran. «Este año maduraron antes que nunca y hemos tenido que cubrir las parras con redes para que los pájaros no se las comieran».

Miguel desconoce la antigüedad exacta de esta celebración, de la que ya se tiene constancia desde el siglo XIX, aunque hay quien remite las primeras menciones sobre este rito a la Edad Media. «Lo que nosotros sabemos es que mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo y los padres de mis tatarabuelos renovaban cada año esta tradición religiosa y familiar, que se fue transmitiendo generación tras generación».

Según Miguel Couto, solo hubo un año en el que la imagen de Santiaguiño no acudió a la casa de la Santiña el 24 de julio, a causa de unas fuertes lluvias que impidieron que saliera. «Creo que el párroco era don Peregrino y nos mandó recado de que llevásemos nosotros las uvas y el maíz a la iglesia, pero mi abuelo se negó. Si quieren las uvas, que venga el santo, nosotros no llevamos nada, les dijo. El caso es que vino al día siguiente, en la festividad del 25 de julio, y la tradición no se rompió».

Nuevas generaciones

La familia es muy prolífica. Rogelio, el patriarca, tiene ya 10 nietos y 14 bisnietos y «los niños están muy implicados en esta tradición; ninguno se la quiere perder y todos quieren salir en la foto, así que el relevo generacional está garantizado», comenta Miguel. «De hecho mi hijo tiene hoy -por ayer- un campeonato de fútbol en Sanxenxo, que acaba a las siete y media, y ya le dijo a su madre que vaya pronto a buscarlo para venirse corriendo a la fiesta».

La hospitalidad de sus antepasados también sigue intacta en la casa de los Couto, donde se invita a bebida y comida a los devotos que acompañan a la imagen de Santiaguiño para recoger los frutos tempraneros. Cuando termina todo el ritual y cae la noche, celebran una cena en la que se suelen juntar unas 40 o 45 personas, entre familia y amigos, incluido el párroco Luis Alcántara.

El hecho de que la historia del «milagro» de las uvas y el maíz sea una leyenda o una realidad, «para nosotros no cambia nada», señala Miguel. «Eso va en cada uno y yo lo vivo como una tradición que hay que mantener», concluye.